Luces y sombras

Antonio Méndez

¡Ah, el horror!

07 de marzo 2010 - 01:00

DESPUÉS de leer el jueves cómo Pablo Bujalance reconstruye el infierno en que el franquismo convirtió durante veinte años San Rafael sólo se me ocurrió hurgar en el libro de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas. Ese epílogo vital en el que Kurtz al mando de una estación comercial de una compañía colonialista dedicada a amasar marfil, en el interior del Congo, repasa la atrocidad en la que ha transformado su existencia tras enfrentar la razón a la más real de las pesadillas y exhala un suspiro a modo de legado antes de morir: "¡Ah, el horror! ¡El horror!"

O en la película El lector, basada en el libro de Bernhard Schink, del mismo nombre, ese testimonio de Hanna Smith, que trabajó para la SS, ante el tribunal que la juzga por crímenes nazis por permitir que 300 mujeres murieran abrasadas en un incendio en el interior de una iglesia en la que estaban encerradas. Y que sencillamente responde al juez que no le quedaba otra opción porque un guardián de prisiones jamás puede asumir que se escapen los reclusos.

Sin ficciones. Hemos visto el genocidio entre hutus y tutsis. Violaciones masivas para desnaturalizar una etnia. Amputaciones sistemáticas de miembros para debilitar económicamente a la sociedad rival, obligada a sostener a miles de impedidos. Vemos como los terroristas islámicos secuestran y degüellan a sus reos en la red para atacar el único flanco desprotegido de Occidente, el miedo. O incluso como un criminal montenegrino, apresado esta semana en España, se jacta de haber asesinado y quemado a cien moros bosnios como venganza.

Imágenes distantes de nuestra civilidad, hasta ahora. Existe un después tras ese demoledor informe de la Universidad de Málaga, que desentierra cercanos fantasmas de historias de exterminio y fosas comunes. De fusilados durante veinte años, de torturados. De saña de verdugos, de cal viva. De odio entre paisanos. De familias mordidas por un dolor oculto. Es historia, sí. Pero está tan próxima que sobrecoge. La silenciaron durante décadas porque quizá ésa era la mejor esperanza de futuro o por vergüenza a que los hijos de los hijos de los hijos descubrieran alguna vez este infame pasado que nos avisa de que quizá no somos, desde luego no fuimos, tan distintos. "¡Ah, el horror!".

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