Alergia al centro

Ni mal malagueño, ni suicida social. Es que me ha sobrevenido una alergia al centro semanasantero

Ni mal malagueño, ni suicida social. Es que me ha sobrevenido una alergia al centro semanasantero. El lunes al mediodía tuve que salir bufando de la madriguera teletrabajadora. Atravesé la frontera del Paseo de los Curas. El carril bus estaba atorado con un par de carruajes de caballos que se olían a distancia y por el resto de la vía reptaban cinco autobuses y una hormigonera bajo el dosel de plataneros. El detalle de la hormigonera es importante porque parecía que había fraguado sobre el asfalto y acentuaba la sensación de inmovilidad. Aquel tranque me hacía sentir como José Luis López Vázquez en la cabina telefónica. Muchos coches paralizados al ralentí derrochando borbotones de euros en gasofa y humos contaminantes. Será por la falta de hábito, andaba a punto de crisis agorafóbica en su versión de pánico al gentío y a los puentes festivos. El asunto es que en estos días acercarme al centro reventón me da pavor, temo que una tribuna de esas, que parecen de monstruoso meccano, cobre vida trasnformer, me devore y trague sin regoldar. Le sigo contando, tras fintar la Plaza de la Marina me relajé, el tráfico fluía por Muelle Heredia con balsámica celeridad. Todo lo rápido que se pueda avanzar a 30 kilómetros por y deshora en Cenacheriland. Prefiero no hacerme a la idea del parraque que me puede dar si me atrevo a fisgar por allá en horario de desfile procesional. La vergüenza de llamar a emergencias por un ataque de pánico disfrazado de amago de infarto. Este año la semana santa ni siquiera por televisión. Debe de ser una conspiración del maligno. De paso, se ha averiado la antena colectiva del bloque. Lo de llamar al técnico de urgencias para que se persone con el coste del servicio extraordinario con la inflación entre los dientes también da yuyu. El ascensor también está dando señales de avería. El primer cuatrimestre de 2022 me ha salido dañado, como hecho de mala gana un lunes lluvioso. Viene con obsolescencia programada. A lo peor el que está obsoleto soy yo con mi recopilación de miedos de vieja. Ha sido acercarme a los sexisenta tacos y solo ligo facturas de albañiles, fontaneros y pintores. Ya le he dado la vuelta al jamón. No estoy para limones cascarúos, canapés y torrijas balconeras. Pesa la nostalgia primaveral de otros hermanos que van desfilando al más allá.

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