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Rafael / Padilla

Almafuerte

12 de mayo 2013 - 01:00

PREGUNTADO Borges por quién consideraba que había sido el máximo escritor argentino, contestó que Almafuerte. En realidad el genio bonaerense jamás ocultó su admiración por un poeta que muchos juzgan tosco, ignorante y menor y del que se ocupó con asombrado respeto en tres publicaciones: Ubicación de Almafuerte (1928); Teoría de Almafuerte (1942); y el prólogo que redactó para la edición de la Prosa y Poesía de Almafuerte editada en 1962 por la Eudeba. De él, más allá de sus defectos evidentes, destaca Borges su inexplicable fuerza poética, ésa que, según confiesa, le reveló que el lenguaje no es sólo un instrumento de comunicación, sino sobre todo "una música, una pasión y un sueño". A través de la lectura de sus textos, conoció Borges la curiosa fiebre mágica de una poesía que se siente con la carne y con la sangre, en absoluto artificiosamente intelectual.

Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917), nuestro Almafuerte, fue hombre de biografía azarosa. Maestro de vocación ejemplar, periodista insobornable, bohemio incorregible, de carácter explosivo, casi intolerante, afirmaba odiar a los literatos. Sus versos, al servicio antes de la ética que de la estética, reflejan el grito irreductible de un espíritu libre y conservan, aún hoy, el secreto de saber alcanzar el corazón del lector. Vivió y murió pobre, como corresponde a quien emprende una peripecia inmaculadamente honrada.

De sus obras, porque me parece que sigue siendo necesariamente actual y porque dibuja a la perfección su existencia ganada a dentelladas, reproduzco aquí uno de sus Siete sonetos medicinales (1907), el célebre ¡Piú Avanti! Dice así: No te des por vencido, ni aun vencido, / no te sientas esclavo, ni aun esclavo; / trémulo de pavor, piénsate bravo, / y arremete feroz, ya mal herido. // Ten el tesón del clavo enmohecido / que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo; / no la cobarde estupidez del pavo / que amaina su plumaje al primer ruido. // Procede como Dios que nunca llora; / o como Lucifer, que nunca reza; / o como el robledal, cuya grandeza / necesita del agua y no la implora...// ¡Que muerda y vocifere vengadora, / ya rodando en el polvo, tu cabeza! //.

No encuentro palabras que nos ayuden a sanar mejor las sajaduras de una iniquidad creciente, ni que nos ofrezcan una luz más nítida y honorable en este tiempo lastimoso de oprobio y tinieblas. La voz limpia del inmortal Almafuerte todavía conmueve, apremia y auxilia.

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