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NO hace falta ser un observador avispado para advertir que muchos de nuestros conciudadanos, independientemente de su sexo, muestran cierto desasosiego ante la situación económica que estamos viviendo, lo que quiere decir que están entrando en ese estado anímico que llamamos sinvivir. No es conveniente para el país que se propague el pesimismo. Hay que poner una sonrisa para contrarrestar esas arrugas de preocupación que comienzan a surcar las frentes españolas. Nada mejor para ello que alejarnos de temas superfluos. Al mal tiempo buena cara y olvidemos todo eso de que suben los precios y los tipos de interés o las huelgas del transporte o si la crisis es crisis o la madre que la parió. Centrémonos en cosas realmente importantes, y lo que es realmente importante es que nuestro diccionario de la RAE recoja definiciones exactas para que no haya confusión en los géneros. Eso es lo que ha puesto en el centro del debate nacional la ministra de Igualdad, Bibiana Aido, a la que no le falta ni un ápice de razón. Los nombres son masculinos o femeninos y, por tanto, o terminan en "o" o terminan en "a", así que el diccionario, que ya de por sí tiene nombre del género masculino y debería denominarse diccionario/a, debe ser adaptado a las nuevas exigencias de la igualdad de géneros.
Hace bastantes décadas, en un pueblo de nuestra provincia, hubo un verdadero escándalo por este tema. Resultó que un miembro de una sociedad recreativa, a la que casi todo el pueblo pertenecía, en una fiesta veraniega fue sorprendido en un indecoroso acto con una miembra de la susodicha sociedad. El miembro, más galán que Mingo, fue sorprendido con la minga descubierta, en tanto que la miembra jugueteaba con el miembro. El escándalo fue morrocotudo y el pueblo se dividió en dos facciones. Los miembros de la pueblerina ciudad echábanle la culpa de la impúdica situación a la actitud provocativa de la miembra, en tanto que las miembras del pueblo culpaban de ello a la habitual concupiscencia del miembro, reconocido Mingo de juguetona minga. Al final nadie sabía si la culpa era del miembro émulo del galán Mingo, de su incontinente minga o de su miembra acompañante.
Dado que en nuestro erróneo e impreciso diccionario de la lengua española, el miembro es sinónimo de minga, lo lógico es que miembra fuese sinónima de Mingo; pero como miembro es masculino y minga femenino, debería hacerse una normalización idiomática para que un miembro fuese un mingo y miembra una minga. De esta forma nos aclararíamos mejor todos. Por ejemplo, al hablar del cuerpo humano diríamos que tiene miembros y miembras, así el miembro se denominaría mingo y una mano sería una de las miembras, en tanto que, con las definiciones actuales, el miembro es minga y la mano es un miembro.
Creo que con esta anécdota de un pueblo en los años cincuenta queda demostrada la razón que tiene nuestra ministra. Aparte de que, si se hiciese debidamente, eliminaríamos de nuestra gramática géneros tan obscenos de nombre como el género epiceno, totalmente hermafrodita, y entraríamos en la más absoluta de las modernidades con un diccionario de alta definición.
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