Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Ayuntamiento carnal

21 de mayo 2010 - 01:00

EL 17 de mayo fue, y será cada año, el Día Internacional contra la Homofobia. El Ayuntamiento de Benicasim, en Castellón, siempre atento a las necesidades de sus vecinos, ha lanzado una campaña para que los adolescentes heterosexuales se pongan en el lugar de los homosexuales y, de ese modo, tomar conciencia de la tolerancia debida a las tendencias sexuales minoritarias. No a todas, pues la necrofilia y la gerontofilia siguen marginadas y silenciadas como si no existieran. Las campañas institucionales responden a un problema real y sirven para muy poco: cada uno lleva adelante sus fobias y sus filias, corrientes por otra parte, y lo único que le hace falta es una buena educación para conocer los límites de sus manías y mantenerlas en sus justos términos. La homofobia que exista entre los escolares de Benicasim no va a cambiar un ápice tras la campaña, si acaso aumentará a causa del rechazo del adoctrinamiento. La intromisión pública en asuntos privados e íntimos es razón de sobra para que nazca otra fobia, pero la tradición socialista de querer cambiar la naturaleza humana para ponerla al servicio del socialismo no se ha enterado.

Para curarse de homofobia, en vez de buenos sistemas de enseñanza y educación que llevan la comprensión de las circunstancias ajenas por añadidura, los muchachos de Benicasim entre 14 y 17 años deben hacerse algunas preguntas: "¿Seré heterosexual?" "¿No crees que tu heterosexualidad es una fase por la que estás pasando?" "¿No será que lo que necesitas es una buena aventura homosexual?", y otras del mismo tenor. Los que fuimos adolescentes en un momento cada vez más lejano sabíamos, ya entonces, que éramos menos tontos que las autoridades municipales de Benicasim. Y los que gozamos de una espléndida madurez sabemos que los ayuntamientos no están para meterse en la intimidad de las casas y de las personas, sino para que las calles estén limpias a todas horas e iluminadas de noche, para que haya vigilantes que disuadan a los delincuentes, para que haya servicios de autobuses y recogida de basuras y, en fin, para tantas cosas como sabemos que hacen falta en una población bien regida y ordenada.

La tolerancia para con lo tolerable no se aprende con adoctrinamiento sino con educación. El deseo de intervenir en el pensamiento, las costumbres y aun la moral particulares es una tentación que no resiste la izquierda reaccionaria. Soporta mal, tanto si es verdadera como falsa, que la gente tenga criterio propio, libre albedrío y fuero interno. Quiere crear una mente colectiva conectada a la reacción gubernamental, en lugar de hacer lo contrario: dar buena educación y leyes justas para que la gente se entienda entre sí y tenga herramientas para buscar soluciones a sus problemas privados, sin consignas ni gregarismo, que es lo propio de los buenos gobernantes.

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