Y tú más

12 de junio 2020 - 01:31

Sin duda, todos hemos oído hablar del complejo de Edipo. ¿Recuerdan? Edipo, rey de Tebas, mata a su padre y se desposa con su madre, con la que tiene cuatro hijos, sin saber de ese parentesco. Conviene reflexionar sobre la ejemplaridad de algunos aspectos de esta tragedia. Años después, cuando Tiresias, el adivino ciego, lo acusa de ser el responsable de la terrible plaga que asola a Tebas, en tanto que ese sería el castigo de los dioses por su parricidio y su incesto, Edipo, no solo no elude su responsabilidad con el consabido "Tiresias, ¡y tú más!" (por ejemplo, acusándolo de voyerista -la diosa Atenea lo había dejado ciego por eso- o echándole en cara los problemas que había tenido con los dioses por su borrosa sexualidad, de la que nunca se supo bien si se trataba de transexualismo, bisexualidad o simple hermafroditismo), sino que sin eludir la responsabilidad de los hechos, a pesar de que esencialmente los desconocía, como autocastigo, Edipo se sacó los ojos, y ciego, pobre y desasistido vivió en el destierro hasta su muerte; o dicho de otro modo, aunque hubiera podido exonerarse de culpa, puesto que ignoraba el nexo de consanguinidad que lo unía al hombre que había matado y a la mujer con la que se había desposado, Edipo asumió su responsabilidad y pagó duramente por ello. En fin, que en este sentido, nuestros políticos -¡neuróticos perdidos!- tampoco han resuelto su complejo de Edipo.

Frente a cualquier crítica ante la posible responsabilidad de unos hechos, muchos de nuestros políticos -no todos. Aquí no se puede entrar a saco-, en lugar de responder de esos hechos, ponen en marcha la estrategia del ventilador y con el consabido "¡y tú más!" reparten basura "urbi et orbe". Es la falacia del "tu quoque" (tú también), la falacia "ad hominem" (o "contra el hombre"), esa pretensión espuria de querer tener razón o de exonerarse, desacreditando con el "¡y tú más!" a la persona o al partido con el que se discute, sin discutir los hechos en sí. Y dejándonos de latinismos, es la falacia de los sinvergüenzas y de los charlatanes de feria. Es una falacia que aprendemos a usar en primero de párvulo. Pero lo que llama la atención es que, ya de adultos -en este caso, "señorías"-, la usan con desparpajo y total impunidad en sede parlamentaria, sin entrar en el fondo de la cuestión, sin ir a la raíz de los problemas con la intención de ponerles remedio, como si ignoraran que el que no responde con razones a los hechos que se le critican, no solo otorga, sino que de forma implícita manifiesta que volvería a hacerlo, si es que ya no lo está haciendo. En suma, con el "¡y tú más!" y sus múltiples variantes ("no le acepto lecciones de democracia", "para corrupto, su partido", "¡su señoría me va a llamar a mí mentiroso!"), se niega la grandeza de la política, las mínimas -pero esenciales- reglas morales que deben regir la vida política de un país, convirtiéndola en una trifulca de chulos de barra de bar, sin decoro. Pero esto es solo una parte del problema, y no la principal. La principal es que nosotros les reímos la gracia, dispuestos a justificar, también con argumentos "ad hominem", esta clase de tropelías políticas. "¡Qué salero y qué labia tiene mi niño!". O sea, que a lo mejor también a nosotros nos conviene pedir cita al psicoanalista.

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