Baltasar no era torero

Falta un poco de cordura y sobran cincuentones (y cincuentonas) apretujados en las sufridas carrozas

No conozco al sevillano que encarnó al rey Baltasar en la Cabalgata, pero me consta su condición de hostelero hecho a sí mismo y aficionado cabal. Y seguro que cuando decidió vestirse de mago a lo taurino con ese toque kitsch, lo hizo pensando en la defensa de la Fiesta, tan necesitada de apoyo y visibilidad. Pero a mí, que me perdonen él y el Ateneo, toda esta performance me ha parecido excesiva y fuera de lugar, con el efecto inevitable además de prender la mecha a tanto tonto digital que anda suelto por internet, alguno incluso con escaño en el Congreso.

La hermosa historia de los reyes magos tiene una base evangélica, pero ha sido la cultura pagana quien la ha ido concretando en sus nombres y perfiles. En nuestra tradición meridional, las cabalgatas andaluzas prefieren la sencillez al espectáculo, siendo quizá la de Sevilla, como decana, el paradigma. En ella, se concitan en el rey Baltasar ciertos requisitos de excentricidad y simpatía que lo hacen más popular, por oposición, a la ancianidad venerable de Melchor (por cierto, el otro día sin su larga barba blanca) y a la seriedad casi funcionarial de Gaspar. No sabemos, ni nos importa, si Baltasar es inmigrante o rico de cuna, si es joven o viejo, o si es del Betis o del Sevilla. Tampoco si es aficionado a los toros. El Baltasar del otro día, para un niño de seis años, es el mismo que el del año pasado, y el mismo que volverá el año que viene. Es su rey favorito, al que con tiempo suficiente le mandó la carta con destino Oriente, y que esta noche espera que no falte a su cita después de acostarse, nunca antes.

Las personas que tienen la suerte de ser reyes por un día son designadas para encarnarse en ellos, los de todos, de acuerdo con el carisma y una personalidad aquilatada con el tiempo, y no al revés. Este año nos salido un rey torero, como el año que viene nos puede salir policía, o el otro futbolista. ¿Qué dirían los que tanto han aplaudido como si estuvieran en la mismísima Maestranza, si nombran a una persona homosexual, y le da por vestir una túnica con los colores del arcoíris? Aquí, me temo, falta un poco de cordura y sobran cincuentones (y cincuentonas) apretujados en las sufridas carrozas tirando caramelos. A ver si al final lo que es una celebración centenaria y entrañable, pensada para los niños, va a acabar convertida en una caravana hortera y carísima diseñada a mayor gloria de sus padres.

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