Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Hay también una ‘vía extremeña’?
El caso de Antonio Navarro en Torremolinos no es una anécdota local, es un botón de muestra de cómo funciona hoy el PSOE a nivel nacional cuando se cruzan tres palabras que le incomodan: acoso, poder interno y feminismo. La denuncia de una militante llega a la Comisión Antiacoso en junio, el expediente se queda meses atascado y solo cuando la Fiscalía abre diligencias y el escándalo salta a los medios se dispara la maquinaria: suspensión cautelar, gestora urgente y mensajes sobre la “tolerancia cero”. Hasta entonces, silencio administrativo y prudencia con el compañero de partido.
No es un caso aislado. En distintas federaciones se repite el patrón: protocolos que se venden como modélicos, pero que en la práctica avanzan al ritmo que marca el cálculo político. Si el asunto amenaza con daño mediático, se actúa. Si puede controlarse dentro de la casa, el tiempo se estira, las víctimas sienten que hablan contra una pared y los órganos internos se convierten en un laberinto burocrático más que en un espacio de protección.
El problema de fondo no es solo lo que supuestamente ha hecho Navarro, que deberá aclarar la justicia, sino lo que sí ha hecho la organización: proteger antes la marca que a la militancia. La dirección federal sabía desde junio que existía una denuncia con hechos graves. ¿Por qué no se aplicaron medidas cautelares desde el primer momento? ¿Por qué la militante ha tenido que acudir a la Fiscalía para que el expediente dejara de dormir el sueño de los justos?
Resulta revelador escuchar ahora a la secretaria general del PSOE andaluz admitir que los tiempos del protocolo son “excesivamente largos”, como si fuera una observadora externa y no parte de la cadena de decisiones. Si en el partido que ha hecho del feminismo su bandera una denuncia de acoso se eterniza, ¿qué pueden esperar las personas que sufren situaciones similares en ámbitos menos expuestos que la política?
La gestora en Torremolinos llega como cortafuegos, no como convicción. Sirve para decir que se ha actuado, pero no responde a la pregunta clave: ¿quién asume la responsabilidad de estos meses de parálisis? Mientras no haya una revisión profunda de los procedimientos, con plazos claros y acompañamiento real a las víctimas, Torremolinos seguirá siendo eso: el aviso de que en el PSOE el feminismo se proclama en los discursos, pero tropieza demasiado cuando tiene que pisar suelo orgánico.
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