Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Vive Calila
Nos ha castigado tan fuerte la crisis que, pese a no tener edad para ello, cada vez nos parecemos más a nuestros abuelos con sus batallitas. Les cuento las mías, se siente.
Yo viví. En un país en el que la luz no era cara, tengo enmarcada una factura de treinta y siete euros. Y con bombillas así de gordas, no estas nuevas que tienes que hacer un cursillo para saber si va a dar luz o vas a estar en plan íntimo por toda la casa.
En mis tiempos. Comprarse un diésel era de viejos. Lo importante era que el coche tuviera muchos centímetros cúbicos y válvulas, muchas válvulas. Tener un GTI dieciséis válvulas era lo suyo, ahora ves en un semáforo a uno con un coche de esos y el cuerpo te pide bajarte del tuyo y abrazar al conductor.
Recuerdo como si fuera ayer mismo. Oír hablar del problema de ser mileurista. En mis tiempos, y haz el favor de no poner cara de que te estoy aburriendo, se hacían programas y debates preocupados por el negro futuro de los jóvenes que aspiraban a ganar sólo eso. Que se pudiera dar la situación de que alguien saliera del país en busca de trabajo y perdiera su tarjeta sanitaria era ciencia ficción.
Los sindicatos. Y deja de removerte en tu asiento, tenían partidarios y detractores como ahora, pero aún no habían avergonzado a sus partidarios comportándose, siempre presuntamente, claro, como bandidos. No hay peor puñalada que la que te asestan desde tu propia trinchera.
La factura del agua. No la miraba ni el propietario de una piscina olímpica. Una vez hubo un poco de lío por la desaladora y la subida de agua, pero era una subida sin importancia, medio bollito de pan al mes según el cálculo del alcalde, les juro que lo dijo. La subida de ahora, para algunos, es como un pan cateto fabricado por un maestro panadero en horno de leña.
Ver una revuelta. En un telediario era normal, pero no en España, eso pasaba en otros sitios. Que un barrio entero, en Burgos, se organizara para paralizar una obra enfrentándose a las fuerzas del orden y manteniendo un pulso de días hasta conseguir, al menos, que se les escuche, no se le hubiera ocurrido ni a Almodóvar. Señoras con el carrito del súper frente a antidisturbios, en Burgos, oye.
A golpe de oír, ver y padecer esta crisis, hemos envejecido una barbaridad, pero también estamos aprendiendo, somos perros viejos sin querer serlo y ya se sabe lo que pasa con los perros viejos a los que se les quiere engañar con un hueso. Que, como ha pasado en Burgos, muerden.
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