Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
ASCO: escudo de bebés y niños pequeños, excusa de mayores; peligroso punto de partida racial o religioso; un maravilloso detector de fraudulentos bichitos de la mar.
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Cuando un servido se despertó hace unas mañanas por un cosquilleo que corría desde el tobillo derecho hasta el pecho, descubrió que el placentero hormigueo era producto de una cucaracha. Leer la metamorfosis puede resultar desagradable para mucha gente; conozco más de uno y una que preferiría leerse tan amarga historia 500 veces a sufrir una experiencia como la que me tocó a mí. Habría que revisar historias clínicas del tipo: "Se le posó una cucaracha en el brazo, se asustó y, al saltar, se clavó la cabeza contra el pico de la lámpara, produciéndole una fuerte hemorragia y siendo necesarios tres puntos de sutura".
Cucarachas, blatodeos, la kryptonita femenina. Tan denostadas, pobrecitas ellas. Obviamente, nadie quiere cucarachas en su casa, pero no es necesario cruzar a la acera de enfrente cuando una se acerca a 50 centímetros de tu pie. Parece que el único daño de una cucaracha (de una, no de una plaga) es causar asco. No muerden, no pican. Eso sí, los asmáticos mejor que no se las encuentren. Y no son especialmente bonitas. Pero está demostrado, por los estudios y por ustedes mismos, que hay insectos miles de veces más peligrosos. Como el mosquitus molestus y picador o la avispa traicionera de piscina.
Pero no se puede entrar en razón con una persona que detesta las cucarachas. Son un drama. Se aferran al falso tópico de que sobrevivirían a una bomba atómica cuando éstas ni siquiera son capaces de sobrevivir al fuerte calor (alguno bueno iba a tener esta locura de termómetros). Las cucarachas son amantes de la noche, se sienten mejor en compañía, por eso se agrupan, y les encanta fisgonear por las puertas de las casas; no me digan que no se parecen a nosotros. ¿Y por qué más de uno en una buena noche acaba haciendo la cucaracha?
Hay gente en nuestra vida, como un jefe, una amiga o la suegra, más nocivos que esas pobres criaturas. Además, quiénes somos nosotros para darles lecciones a ellas y propugnar su exterminio. Quizá habría que plantearse otra metamorfosis: cómo sería la cárcel vital de esa cucaracha si una mañana se despertase sobre su cama convertida en Gregorio Samsa.
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