Borges, Reverte y las máscaras

A Arturo Pérez Reverte, polemista bravo donde los haya, le gustan los charcos más que a los niños

Jorge Luis Borges es uno de los mejores escritores de la historia. Hay un consenso universal en que este intelectual de cultura enciclopédica, que murió ciego y sin que el Nobel se acordara de él, fue el creador de un estilo propio a la altura de muy pocos otros autores. Pero a su genio, siempre unió un personaje que él interpretaba en exclusiva, arrogante, faltón, elitista, que disfrutaba provocando. No vivía en las calles, en los bares, ni frente al televisor o en algún campo de fútbol. Su vida transcurrió entre libros de ediciones antiguas, leyendas fantásticas y reflexiones sobre lo que somos, soñamos y dejamos de hacer, mientras el tiempo nos devora. Su Paraíso tenía forma de Biblioteca. Por todo ello, muchos lo idolatraron; bastantes, pero nunca suficientes, lo leyeron y llenaron su vida de sorpresas e imaginación; y algunos, los más torpes, le criticaron por alguna de las impertinencias que su personaje dijo. De todos los protagonistas que su imaginación creó, ninguno tan divertido como aquel al que puso su propio nombre.

En nuestra literatura hay otro genial autor que, con un estilo diferente, una vocación narrativa distinta, y hablando desde el hoy, repite este truco borgiano. A ambos la máscara de su personaje, de tanto llevarla puesta, se confunde con su auténtico rostro, cuando todo forma parte de su permanente juego entre realidad y ficción. Arturo Pérez Reverte, polemista bravo donde los haya, y al que le gustan los charcos más que a los niños, es simplemente el mejor escritor de novelas de aventuras de la actualidad. Trabajador concienzudo e incansable, hombre libre, de mentalidad abierta y progresista, profundamente humano; al igual que los protagonistas de sus novelas, es un alma noble que defendiendo hacer lo que hay que hacer, se enfrenta a lo mediocre, las falsedades y los postureos, independientemente de que sea lo que toque o conlleve. Reverte sabe, como Borges, como John Ford o Dashiell Hammett, que vivimos en un mundo en el que la mitad de las mentiras son verdad y que los auténticos héroes no son los que vencen, sino los que resisten luchando hasta el final. Leerle nunca aburre. Escuchándole se aprende incluso desde la discrepancia. Porque gracias a personas como él, en la vida siempre hay espacio para la emoción.

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