Los abonados a la nostalgia tienen su particular piedra de toque en la Cabalgata de los Reyes Magos. Y más aún en Málaga, donde el acontecimiento más feliz de cada año apenas ha cambiado en las últimas cuatro décadas: aunque haya crecido un tanto en volumen y en diversidad, su filosofía sigue siendo más o menos la misma de siempre. Así que allá va uno a reencontrarse con aquel mequetrefe que fue y que se liaba a recoger caramelos y a llevarse la impresión de que Baltasar le había saludado personalmente desde su monumental carroza; porque la experiencia que la Cabalgata ofrece hoy es similar, cuando no idéntica, y supongo que la permanencia de la ilusión en sus estrictos márgenes comporta cierta satisfacción cuando no queda más remedio que admitir, maldita sea, que te estás haciendo viejo, que ya no tienes tantas ganas de pelearte por unos caramelos, que además te duele la espalda cuando te agachas y que total, seamos honestos, tampoco Sus Majestados trajeron siempre los regalos que uno esperaba. De modo que a título particular la Cabalgata es perfecta: nos sigue devolviendo al mismo instante de felicidad añorada con una facilidad pasmosa. Otra cosa es que en una ciudad que se ha dado especial prisa en transformar sus atractivos más vistosos hasta la espectacularización, la Cabalgata merecida sea la que tenemos. Llama la atención que, cuando otras manifestaciones populares han crecido en alas de una preclara ambición municipal hasta darse a conocer en Tombuctú, el desfile de los Reyes Magos siga siendo esa cosita entrañable y doméstica. Supongo que, ciertamente, la importancia estratégica de la Cabalgata tampoco es mucha; de entrada, los turistas, que no entienden de estas cosas atontados como están con el Santa Claus de las narices, no le hacen mucho caso. La Cabalgata es para los malagueños, y eso explica, en gran parte, que se haya quedado congelada en el tiempo. Al cabo, ¿quién osaría poner un pero a un acontecimiento que despierta así la magia y la felicidad entre los más pequeños?

Sin embargo, bueno, de entrada habría que agradecer siempre a la Agrupación de Cofradías su esfuerzo, no pequeño, para que la Cabalgata se celebre cada 5 de enero. Pero igual podría el Ayuntamiento implicarse un poco más para evitar que haya sillas preferentes y de pago, elemento que, en una Cabalgata de Reyes, no sólo no tiene sentido sino que atenta contra sus principios fundamentales. Tampoco pinta mucho en esto, y que Dios me perdone, una banda de cornetas y tambores: nada más efectivo para espantar la imaginación infantil que el vigor militar de turno, por muy tradicional que sea. Y hablando de pintar, Málaga debería evitarse el bochorno de tener que ver todos los años a un Rey Baltasar con el rostro lleno de betún. Si, de nuevo, es la tradición la que lo dicta así, siempre podemos mandar la tradición a hacer gárgaras y optar por el sentido común. Igual no es cuestión de contratar a La Fura dels Baus. O sí, quien sabe. Pero otra Cabalgata es posible.

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