En medio de la polémica suscitada en Mallorca sobre quién es más zoquete -el alcalde de Palma o el asesor que ha hecho el informe que propone cambiar de nombre tres calles que llevan los de los almirantes Churruca, Cervera y Gravina-en el Ayuntamiento de Málaga han abierto su propio melón a cuenta de la propuesta de homenajear a Ana Orantes, José Antonio Frías y Gonzalo Fausto dando sus nombres a tres calles de nuestra ciudad. El argumento, en una urbe de aluvión donde decenas de miles de sus vecinos no hemos nacido en ella, no deja de tener su mérito. Sobre todo, cuando la razón esgrimida para rechazar la propuesta -que deben ser nombre de personajes "preferentemente malagueños"-, no está escrito en ningún lado. O al menos yo no lo he encontrado en la Ordenanza Reguladora de la Nominación de Calles de la Ciudad. Y debe ser así, porque si no, no se entiende la rotonda del jeque Al Thani.

Si hay algo que ha caracterizado a esta ciudad, como a su provincia, ha sido su condición de ciudad de acogida en la que cualquier visitante que haya querido quedarse ha encontrado su sitio. Esa es la característica de una ciudad cuya idiosincrasia es precisamente no tener una idiosincrasia propia. O en la que esta es el resultado de su condición de crisol de múltiples culturas y formas de ser llegadas de cualquier lugar del mundo, que diría un cursi. La característica de una urbe en la que los apellidos de esas familias que damos en denominar como "ilustres" son, en muchos casos, de origen europeo y a la que un argumento tan peregrino parece abocarla a un chovinismo que, ni siquiera es provinciano. Antonio Frías es de Periana; todo un crimen.

Nombrar una calle es un acto político en el más puro sentido del término. Como hecho con voluntad de perdurar, debe gozar del mayor consenso entre los representantes públicos y la ciudadanía. Pero lo que nunca pueden hacernos creer es que siempre es un acto aséptico consecuencia de una resolución administrativa. La defensa del nombre de Ana Orantes es el reconocimiento de la lucha de la sociedad en contra del maltrato que sufren millones de mujeres y la valentía para denunciarlo. El de los otros dos caballeros, sobre quienes poco se ha dicho y debería reflexionar la oposición, es nuestra defensa ante la tentación de convertirnos en unos catetos pueblerinos. Lo siguiente puede ser cambiarle el nombre a la calle Eurípides, que tampoco nació aquí.

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