Consejos para no maquillarse

Envejecer es un éxito del que congratularnos; negarse a sus consecuencias no es inteligente

Una de las geniales frases de los inolvidables Tip y Coll decía que "para toros los de antes". No tenía el lirismo de las memorias de Simone Signoret, ni tampoco de las de Ignacio Julia, ambas tituladas La nostalgia ya no es lo que era, pero las dos venían a afirmar más o menos lo mismo: que el pasado fue mejor. No en vano somos la primera generación que ha vivido mejor que lo que lo harán nuestros descendientes. La idealización, por otra parte, de lo que fue, va tan unida al envejecimiento como la artrosis, las gafas y la tozudez. Es algo inevitable.

De ahí que, a partir de cierta edad, los humanos no encontremos libros mejores que los que nos hicieron vibrar de jóvenes y con los que quisimos ser mosqueteros perseguidos por el malvado Richelieu, escapar del Castillo de If en busca de venganza, o embarcar en el ballenero Pequod comandados por el Capitán Ahab. Tampoco ninguna serie de las de ahora nos deja boquiabiertos como cuando vimos a Ben-Hur destrozar al malvado Messala, a Yuri Zhivago enamorarse de Lara bajo los campos helados de Yuriatin, o a Lawrence vestido de blanco atacar a las tropas turcas de Akaba. Nos ocurre lo mismo con la música. Intentamos comprender sin lograrlo el significado de Motomami, ensalzamos la voz de Rosalía y hasta vamos a conciertos de C. Tangana; pero al regresar cansados por tanto entusiasmos a casa, escuchamos vinilos de Dylan y los Stones para poner de acuerdo con nuestra memoria a nuestros cuerpos. Y al final, siempre acabamos refugiándonos en el cultivo de aquello que en su día nos hizo vibrar y prescindiendo de un presente que nos aburre tanto, que ya ni nos preocupa, porque la melancolía nos va envolviendo en su abrazo, nos adormece y nos convierte en fantasmas.

Hay recetas, fármacos y consejos para casi todo, pero nada impide el paso del tiempo y éste acaba imponiéndose por muy moderno que sea el calzado deportivo y las camisetas que vistamos. Hay quien dice que lo único que funciona es tener una pareja de menor edad, porque la juventud sólo se adquiere por contagio. Otros creen que el método sólo permite hacer el ridículo. Envejecer es un éxito del que congratularnos; negarse a sus consecuencias no es inteligente y lo adecuado es intentar, a base de ilusiones y proyectos, ser los más jóvenes de los ancianos, que es mejor que convertirnos en los más viejos de los jóvenes. El orden en ésto sí que altera el resultado. Nada más grato que ser lo que somos, con naturalidad y sin maquillaje. Y, además, al hacerlo, se ahorra mucha energía de la imprescindible para seguir viviendo.

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