UN piso céntrico, con dos habitaciones, cerca del río. Se vende por 63.000 euros. El cartel llama mi atención y lo releo. No me he comido ningún uno. Habría que ver sus condiciones, su entorno, no será una vivienda de lujo, pero sorprende el precio vistas las barbaridades que hemos pagado (que seguiremos pagando varias décadas) no hace tanto, apenas un lustro o menos. De aquellos polvos, estos lodos. Los analistas y políticos que ahora se llevan las manos a la cabeza porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades no se escuchaban entonces.

En fin, en otra caminata de camino al periódico sigo contando nuevos establecimientos. En mi calle, dos bares de copas, una pastelería y, el producto estrella, una heladería, que proliferan como setas por el centro. Curioso contraste, florecen negocios (no sé si rentables, sabrán sus propietarios) en medio del caos económico y de la crisis.

En conversación con un par de amigos hosteleros propietarios, desde más de una década atrás, de establecimientos que aguantan el tirón con solvencia, me cuentan que la clientela es cada vez más externa. O sea, que el malagueño acude con menos frecuencia a sus habituales lugares de tapeo. El visitante sostiene ahora en mayor porcentaje a los lugares de referencia, sobre todo a los menos económicos. Cuentan también, con cierto tono pesimista, que los informes que manejan de ferias de otras capitales andaluzas celebradas con anterioridad este año han mostrado descenso en los beneficios de entre un 20 y un 30% respecto a anteriores ediciones.

Málaga vive desde esta noche su semana grande, aliñada de grandes acontecimientos deportivos. Juega España de baloncesto, viene el Barça de fútbol, huelga mediante. Un guiño para algunos en estos días de plomo para muchos.

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