La farola

Juan Antonio Baena

Criando cuervos

26 de julio 2009 - 01:00

LA agobiante canícula estival que nos azota en estas jornadas de asueto vacacional, nos ha quitado el sopor de la calima abofeteándonos en la cara con el arma blanca de diversas tragedias que deben llevarnos a reflexionar sobre qué es lo que está ocurriendo en este país que aún hoy llamamos España. Y no por mucho tiempo, me temo.

La nación no sólo se quema en piras donde arden para su expiación los pecados de una sociedad cada vez más yerma de valores. El Estado no sólo se resquebraja a pasos agigantados preso de una excesiva vertebración parida en una transición, que aún siendo ejemplar en muchos de sus aspectos formales, de sobra es sabido que uno de sus defectos de fondo fue conceder demasiadas prebendas a unas minorías que en la actualidad nos someten a su yugo chantajista, para las que esta España de las Autonomías ni les va ni les viene. Más bien podríamos llamarlo el Estado de las Autonosuyas. Todo lo que no sea en beneficio de su interés particular no les causa el más mínimo interés. Se jactan de andar echándole al Estado vencedores pulsos, el último de ellos con suerte de la aprobación del nuevo modelo de financiación autonómica. Un engendro que ha venido a este mundo al amparo de la soledad gubernamental socialista en el Congreso, y que sólo contenta a aquellos que hacen de la ley del embudo su leit motiv. Y entre tanto, el Constitucional ni está ni se le espera. Cuando dicte sentencia sobre el Estatut de aquellos polvos estos lodos, probablemente sea de una inocuidad tal que hasta nos lleve a plantearlos la necesidad de que el Sr. Caamaño vaya aligerando de peso togado su cartera ministerial.

Cierto es que no estamos quemando estos días, pero hace ya tiempo que nos estamos desintegrando como país. Asistimos impertérritos a la degradación de una adolescencia huérfana de moralidad, libera de una autoridad que los lleve por el buen camino, y que los rescate cuando se dejan arrastrar por inconvenientes vericuetos que arruinan su débil personalidad. Ser maestro de secundaria debería considerarse ya profesión de riesgo. Están en manos de unos padres que suelen mirar para otro lado con mayor frecuencia de la deseada. Y así, entre permisivas mangas anchas, día a día se nos va por el retrete de nuestras incompetencias educativas el devenir de buena parte de la juventud menor y mayor de edad española. Para una importante mayoría de ellos todo son derechos y nada es obligación, no conocen ni quieren conocer el sacrificio y el esfuerzo, adolecen de afán de superación, y tratan con absoluto e irrespetuoso desprecio a sus mayores. Y éstos, a su vez, salen al quite de su desvergüenza con manidas excusas referidas a la dificultad de ser padre o a la complejidad de la edad que atraviesan. Lo segundo, pase, pero para lo primero cierro la muralla, no admito que quieran excusar su fracaso paterno con obviedades de tan fácil recurso.

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