RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

'Cuéntame', 10

31 de octubre 2011 - 01:00

CUÉNTAME cómo te ha ido, si has conocido la felicidad. Llevamos ya diez años contándonos en ellos qué fue de nosotros hace tiempo, en el pequeño instante esclarecido de lo que ocurrió una vez, o quizá pudo ocurrir. La serie se sostiene, y Carlitos por fin es un muchacho, que le ha costado mucho -nada menos que una década- empezar a vivir su propia vida, que es nuestro despertar hacia la libertad imperfecta. Imperfecta es, seguramente también, Cuéntame cómo pasó, la mejor serie de televisión de los últimos diez años. Pero precisamente las críticas recibidas, por un lado y por otro, no hacen sino consolidar su equilibrio interior; porque, si en el revisionismo de aquellos años lentos, desde el 69, tanto desde un público extremado a la izquierda, con ese compromiso frente a la dictadura, como también desde un público más cercano a ese extremo opuesto del conservadurismo monolítico, se critica a la serie por un frente o por el otro, significa que capta, por esa equidistancia argumental, un aire de época.

En el mundo de hoy, una serie como Cuéntame marca la diferencia de la tele. Lo primero que entró por la pantalla fue la voz melosa, vital de Ana Belén, haciéndonos sentir que todavía quedaban los capítulos antiguos, de aquella España que se fue y no ha sido, pero que soñó, también, con ser mucho mejor que su presente angustioso. El guionista, Eduardo Ladrón de Guevara, ha logrado mantener viva la tensión de unos caracteres tipo, pero también humanos, conscientes de sí mismos y su entorno, y también de pulsiones interiores por avanzar y conquistar el día. Se podría escribir una tesis sobre la evolución sentimental de cada uno de los personajes, pero ha habido momentos memorables: Antonio Alcántara llorando avergonzado, en la intimidad del dormitorio, al llegar a su casa, tras haber obligado a su hijo pequeño a cantar el Cara al sol en la plaza de Oriente, obligado a su vez por su patrón, y recordando el asesinato de su padre, en la Guerra Civil, por ser militante socialista; Mercedes, su mujer, abofeteando sin palabras a una vecina, con la mirada más devastadora, cuando se entera de que se ha encamado con su hijo mayor, todavía un adolescente; la hija escapándose de casa ante la incomprensión paterna, refugiándose en una cabina telefónica de las de antes, mientras se escucha Llueve, detrás de los cristales llueve, de Serrat; o al sonar A cántaros, de Pablo Guerrero, tras alguna aventura política clandestina de Toni, cuando su padre fue a sacarlo de la DGS; y la abuela, siempre la abuela, con su manto invisible.

Es fácil apuntar debilidades en una serie que ha durado diez años; pero es una proeza narrar lo que hemos sido con ternura, ahora un puro espejo ante la crisis, con esa sutileza de vivir.

stats