Recuerdo la época de becaria. Las labores periodísticas se ceñían únicamente a los meses de verano, ese periodo en el que la información escasea porque la ciudad va desquitándose de habitantes a medida que pasan los días. Ese Centro que bulle en las mañanas, los mediodías y las tardes durante el resto del año, empezaba a mutar en silencio cuanto más verano consumía.

Fueron tres o cuatro años (no recuerdo bien las fechas porque el límite entre lo becario y la asunción de responsabilidades nunca estuvo bien definido) en los que no tuve vacaciones. O al menos no unas vacaciones al uso porque mis vacaciones eran aquello.

No sé si alguno de esos veranos pensé en la necesidad que tenía de la playa, o de la piscina, o de no hacer nada. Solo recuerdo que eran tres meses, de julio a septiembre, en los que estaba (y estábamos, porque yo creo que eso era extensible) en un estado de felicidad únicamente interrumpida por la resaca con la que acudías a algunas ruedas de prensa (las pocas que había siempre solían caer).

Ahora soy de las que cuenta los días para irme, lo reconozco. Soy de esas personas (si es que si existe más de una aparte de mí) que observa la actualidad esperando que se quede tranquila hasta que yo haya salido por la puerta. Este año, el sentimiento de dejarlo todo atrás aunque fueran solo cuatro semanas se había magnificado de tal manera que tenía la sensación de que al regreso se me habría olvidado cómo se metía la contraseña en el ordenador.

En este verano atípico que ha venido tras unos meses atípicos y extenuantes he repetido hasta la saciedad que me había cogido todas las vacaciones seguidas porque, de lo contrario, "no era capaz de desconectar". Me creía que lo había conseguido, creía que al sentarme de nuevo frente a la pantalla ya no recordaría lo que un mes atrás hacía de forma casi automática.

Nada más lejos de la realidad. Cuando volví a tener el teclado en mis manos metí la contraseña, programé las redes sociales de la mañana, lancé alguna notificación, revisé el parte del coronavirus del día anterior para tener una idea y subí un par de cosas a la web. Tardé alrededor de 20 minutos.

No es que en veinte minutos me hubiera acordado de todo, es que en ese ínfimo periodo había desconectado de las vacaciones. Ya estoy contando los días para la semana de días libres en Navidad.

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