Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
LA sangre corre por las calles empinadas de Gaza en este mes de julio lleno de muerte, destrucción, impotencia. Las fotografías desgarradoras angustian, pero aún se quedan cortas ante el poder de la imaginación, que nos pone en el lugar del otro: resulta verdaderamente desesperante lo que pasa en Palestina. Que no haya un organismo internacional que controle, que esté por encima de lo que decrete Israel, dios iracundo.
¿No hay otra manera de acabar con los túneles subterráneos que denuncia Israel y que le sirven de excusa para arrasarlo todo y bombardear sin tregua a la población civil? Niños, padres, casas van cayendo. La destrucción arrasa, pero todavía quedan túneles malditos.
Parece que Goliat se siente muy amenazado por el pequeño David. Pero no estamos escribiendo un cuento. Debería intervenir la política, conseguir acuerdos que relajen esta situación. No permitir que un pueblo viva hacinado en un campo de concentración.
Hace muy poco el Papa reunió en Roma a los dos dirigentes máximos para mediar, ponerlos en el camino del acuerdo. Todo fueron buenas palabras. Muy poco después y en extrañas circunstancias, el secuestro y asesinato de tres jóvenes judíos, y la posterior muerte de un adolescente palestino desataron el nuevo conflicto. ¿Dónde quedó la buena voluntad? Roma ya no dice nada.
Israel, precisamente Israel, el pueblo judío que sabe de horribles sufrimientos e injusticias, se ha ido comiendo a los palestinos mientras se extrañaba de que surgiera Hamás.
Pretende borrar a Palestina del mapa, vivir a gusto en la tierra prometida por Dios, pero en verdad concedida por el poder del hombre, tras la segunda guerra mundial.
Porque la historia no se escribe con leyendas. En realidad, lo estamos viendo todos los días, se escribe con el dinero, el poder y la guerra: con la destrucción de los débiles, allí donde estén, a manos de los poderosos.
El pueblo palestino, desahuciado, se reúne en refugios improvisados que huelen a muerte y a miedo. Y la comunidad internacional los mira acobardada por el poder.
La cobardía también envuelve a nuestro país de hoy, la España de los desahucios, de los robos, la corrupción, de las leyes perversas que protegen siempre al fuerte y deja a los pobres en la calle: sin casa, con deuda, con niños, perdiendo lo ya pagado, ganando nada más que desesperación, como para suicidarse un joven padre en Alomartes, sin ir más lejos, aquí, en Granada.
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