HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Destrucción de las armas

Como no hará falta insistir, el deporte es una idealización de la guerra y una preparación para ella. El Mundial de Fútbol coincide este año con el Día Internacional para la Destrucción de las Armas. En el famoso tratado de Sun Tsu El arte de la guerra se incluyen estrategias empleadas también en el deporte, como puedan ser la desmoralización del contrario o la confraternización de los vencedores y sus aliados, o de quienes, sin serlos, se unen a las fuerzas victoriosas. No hay mayor desmoralización para el enemigo que destruirle las armas, pero sólo a una de las partes en conflicto, la más débil, porque en caso contrario la guerra continuaría a pedradas y a palos, como empezó en tiempos remotísimos, y si es el ejército más poderoso el que se queda sin armas, el débil se haría fuerte y continuaría la guerra hasta el total exterminio del enemigo. Es sabido que los pueblos son más belicosos cuanto más débiles y pobres son.

Por esto último somos partidarios de la destrucción de las armas, pero solamente de las armas de los débiles y de los pobres, de los pueblos a los que la miseria impulsa a ser guerreros y no les faltan estrategas miserables que los arengan. Las naciones civilizadas y mejor armadas son mucho más generosas. Roma no hubiera destruido a los lusitanos si la estrechez mental de Viriato no los arrastra a la destrucción. En realidad no fueron exterminados, sino romanizados, y cayeron en la cuenta enseguida de que habían salido ganando. El progresismo contradictorio quiere que sea al revés, pero la Historia le niega la posibilidad. Hace lo que puede y elogia a los líderes islamistas con sus vestidos orientales y armas modernas en la mano, lanzando amenazas al mundo para que sepamos que no están de broma, o a los grandes timoneles de las dictaduras de la increíble izquierda anacrónica con el uniforme militar, que usarán hasta como pijama. Ellos, pobres pueblos oprimidos, no tienen por qué desarmarse ni dejar de amenazar. El terrorismo interior de ETA tampoco, pues son liberadores de una nación fantasmal, como la de los refaítas, los espíritus de los muertos para los cananeos: si estaban muertos, habrían estado vivos y formarían una nación, vencida y exterminada por hebreos legendarios.

La única Civilización no puede desarmarse, ni militar ni moralmente, ni olvidarse de las armas de la persuasión, de su alta cultura universal, de la evolución de su pensamiento y de una manera de vivir y de entender y valorar la vida que han adoptado continentes enteros. Las culturas son todas respetables, pero unas lo son más que otras. Las que se han quedado en el pasado o quieren volver a él o sienten la nostalgia de naciones que nunca existieron, se les deben destruir todas las armas de guerra. Y, cuando tengan clases dirigentes civilizadas y sean prósperas y pacíficas, ya hablaremos.

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