La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Dinosaurios, dos siglos de fascinación

La fascinación por los dinosaurios que Spielberg corona nació en 1820 y pasó a la novela en 1864

Hay mucha literatura psicológica sobre la fascinación que los dinosaurios despiertan en los niños. Unos la explican como un puente que les permite transitar de los monstruos fantásticos que acabarán abandonando por ilusorios a los reales, fundiendo la magia de la ficción (trayendo los dinosaurios al presente) con el atractivo de la realidad (porque existieron y los niños ven asombrados sus esqueletos en los museos), perpetuando con su aspecto fiero y gigantesco el placer de lo fantástico y del miedo sentido en la seguridad. Otros la explican por el apoyo de los padres, poco dados conforme sus hijos cumplen años a alimentar sus ilusiones infantiles, pero sí a hacerlo con esta fascinación que, al fin y al cabo, es realidad, ciencia y conocimiento. En algún estudio se dice que este interés persiste en la vida adulta del 20% de los niños (deben más, visto tanto mi caso personal como el éxito de las películas en que aparecen) y que no son infrecuentes los paleontólogos que confiesan que su vocación nació de esa fascinación infantil.

¿Cuándo nació esta fascinación por los dinosaurios? No hay que remontarse muy atrás, dado que no fueron descubiertos hasta 1820 por el matrimonio inglés Mantell, coleccionistas de minerales y fósiles que hallaron un gigantesco diente en una roca. La fiebre por los dinosaurios se extendió inmediatamente y en 1854 se celebró en el Crystal Palace londinense la primera exposición de reproducciones a escala real de estas criaturas, esculpidas por Waterhouse Hawkins con el asesoramiento científico de Sir Richard Owen.

En una escena que parece sacada de una novela o una película, pura extravagancia inglesa, Hawkins presentó a sus criaturas organizando una cena en la nochevieja de 1853 en la que los comensales se sentaron en los moldes de un iguanodon. Durante la exposición, puro pragmatismo inglés, se vendieron los primeros muñecos de dinosaurios al precio de 30 libras. Diez años después, en 1864, aparecían en la literatura de la mano de Verne en Viaje al centro de tierra y en 1912 Conan Doyle los consagró con El mundo perdido, clásico que servirá de modelo e inspiración a todos los relatos posteriores. Tras la novela llegó el cine con Gertie el dinosaurio (1914), El mundo perdido (1925) y sobre todo King Kong (1933), inicio de una historia de éxitos que coronó 60 años después Spielberg con la saga jurásica que ahora concluye.

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