El jardín de los monos

Juan López Cohard

Elena y Aser

Mi sueño fue que en Málaga hubiese un parque de esculturas de nuestra más insigne escultora internacional: El Parque Elena Laverón

Corría el año 1966 cuando esa pareja, que no se entiende el uno sin la otra, decidió establecerse en Málaga para mayor gloria de nuestra ciudad y de los malagueños. Ella era una joven artista plástica de 28 años que ya había conseguido hacerse notar en el mundo del arte, pues a la sazón había conseguido en Barcelona, en 1958, el premio de dibujo de Educación y Descanso y el I Premio de Escultura del Circulo Arístide Maillol, lo que le supuso la obtención de una beca para continuar sus estudios en París. Estoy hablando de la extraordinaria escultora Elena Laverón. Pero no puedo hablar de Elena sin recordar a su esposo Aser Seara, fallecido hace poco más de un año.

Aser, mi añorado amigo Aser, era uno de los hombres más admirables y extraordinarios que se han cruzado en mi vida. Un gran cirujano y un inteligente emprendedor, como demostró fundando y dirigiendo durante muchos años, primero la Clínica Los Naranjos y después la Clínica Santa Elena, ambas en Torremolinos. Pero

Aser, además de ser una persona excepcional, fue tan peculiar que dejaba huella entre quienes le conocieron. Su recuerdo es indeleble. Gran humanista, amante de las bellas artes, con una vasta cultura, gran lector y melómano, a lo que añadía su peculiar afición por coleccionar antigüedades y, entre ellas especialmente, la iconografía religiosa, de la que llegó a tener una muy relevante colección. Creó la Fundación Seara, para su depósito y mantenimiento y estuvo años expuesta en el Museo Iconográfico de Allariz, su pueblo natal. A

Aser le he visto coleccionar casi de todo, vaya de ejemplo los relojes de bolsillo o las miniaturas, pero su pasión por coleccionar iconografía religiosa era su pasión y le nació desde joven. Explicaba esa atracción con las siguientes palabras: “Lo que a mí más me atrae de una talla –y debo advertir que, cuando digo talla, quiero decir también tabla, lienzo o cualquier otro icono religioso– no es solo su belleza o su ingenuidad, tampoco su posible antigüedad, sino quizás los pensamientos que me suscitan. Cuando contemplo uno de estos iconos, pienso siempre a cuántas pobres gentes les habrán escuchado sus súplicas, sus plegarias, a lo largo de los siglos”.

Aser y Elena, Elena y Aser. Si Paris se llevó a su Helena a Troya, Aser se llevó a Elena, tras casarse en 1963, a Alemania donde consiguió plaza hospitalaria para especializarse en traumatología. Fue antes de que eligiesen Málaga como residencia. Para entonces Elena ya había demostrado ser una prominente artista cultivando la pintura, la tapicería, la cerámica y la escultura, habiendo recibido, en 1962, el Primer Premio de Escultura del Primer Certamen Nacional de Artes Plásticas celebrado en Málaga. En Alemania sucedió que una galería le compró toda la obra que había producido por lo que Aser contaba que entonces se dio cuenta de que su mujer ganaba más dinero con sus muñecotes que él con el bisturí.

Coincidiendo con su regreso a España y su establecimiento en Málaga, Elena Laverón decide centrarse en la escultura como medio de expresión. Fue una decisión difícil y arriesgada pero absolutamente acertada. Elena se consolida como una de las más sobresalientes escultoras españolas del siglo XX-XXI. Esta afirmación que hago viene respaldada por su impresionante currículum artístico. Está representada en los museos de Mülhein (Alemania); Toluca (Mexico); Guggenheim (New York, USA); Danforth (Ilinois, USA); Massachusetts (USA); Hispanic Society of America (New York, USA); Reina Sofía (Madrid); Bellas Artes (Málaga); Alcalá de Henares y Museo al Aire libre de Huelva, entre otros. Y está representada en espacios abiertos y edificios públicos y privados de EEUU, Alemania, Suiza, París (Sede de la UESCO), Madrid, Málaga, Ceuta, Torremolinos, Benalmádena y tantos otros que se me pierden.

Conocí a Elena Laverón allá por el año 1993 y, a través de ella, a Aser. Por aquellas fechas, siendo yo director de Inmobiliaria Echeverría, teníamos que acabar e inaugurar el centro Comercial Málaga Plaza y estábamos decidiendo el mobiliario de las zonas comunes; fue el arquitecto Ángel Asenjo quién acertó al proponer ennoblecer el mall con dos esculturas de Elena Laverón: Mujer en chaise-longue nº4 y Torso de hombre, ambas en bronce. Fue por eso que nos conocimos y fue por eso que me quedé absolutamente enamorado de la obra de la escultora de “manos mágicas”. Porque Elena consigue que los materiales, ya sean mármol, bronce, escayola, cerámica u hormigón transmitan, aparte de belleza, sensibilidad, amor, ternura, movimiento…

No pasó mucho tiempo sin que, de nuevo, volviéramos a colaborar utilizando sus esculturas para enriquecer el mobiliario urbano de Málaga y acordamos, también aquí intervino el citado arquitecto, en dignificar la avenida central de la urbanización de Echeverría de Huelin con una escultura homenaje al pescador sacando el copo.

La magia de Elena creó el magnífico y soberbio bronce El Marengo. A éstas esculturas le siguieron otras, elegidas por el arquitecto A. Moreno y destinadas (dos) a la urbanización Cabo Bermejo de Estepona y (dos) a los jardines del edificio de oficinas de Iberdrola Inmobiliaria en el Parque Tecnológico de Málaga. Éstas últimas elegidas por el arquitecto Ángel Moreno.

Mi admiración por la obra de Elena raya en el fanatismo. Por ello me adhiero a las palabras de Mario Vargas Llosa –qué mejores palabras que la de un Premio Nobel– cuando dice: “Las esculturas de Elena Laverón parecen una impugnación permanente de esa concepción que hace enemigos encarnizados al alma y el cuerpo, un esfuerzo empecinado para hermanar la materia y el espíritu humano en una alianza fecunda, de la que resulta una vida mejor y más completa. Sus hombres y mujeres gozan de una soberanía integral, en la que la materia se espiritualiza y el espíritu se encarna y vive en su envoltura terrenal”.

Ante la ternura, la expresividad femenina, el candor, la franqueza y espontaneidad de sus figuras me ocurre lo que a la insigne académica de la de Bellas Artes y catedrática de Historia del Arte, Rosario Camacho: “Las miro, las admiro, pero lo que más me apetece es tocarlas. (…) Es un auténtico placer palparlas, pasar las palmas de las manos por las pulidas superficies de aquellos cuerpos o de algunas formas abstractas que remiten a una figuración muy precisa. Parece como si la autora hubiese esculpido para las manos del espectador”.

La extraordinaria obra de Elena Laverón queda descrita y analizada minuciosamente por el crítico de arte Antonio Abad, por eso dejo aquí la reseña de su libro Elena Laverón o el vuelo de las formas como obra imprescindible para reconocer la importancia de nuestra escultora, nacida en Ceuta y naturalizada en Málaga y Torremolinos.

De su nivel internacional tomé conciencia el año que tuve la suerte de acompañarla, junto a Aser, a la trienal de Bad Ragaz (Suiza) y Vaduz (Liechtenstein) donde su obra sobresalió entre las de más de ochenta artistas reconocidos de todo el mundo. Una vez tuve un sueño. Fue a raíz de estar en Oslo varios días. La capital de Noruega es una ciudad mediana que tiene más o menos los mismos habitantes que Málaga.

Poco de interés monumental ofrece al turista, pero es una auténtica maravilla la cantidad de zonas verdes y museos al aire libre que posee. Pero entre ellos el que destaca es el Parque Vigeland. Llamado también el Parque de las Esculturas es, no solo el más famoso de Noruega, sino que es mundialmente conocido.

Está situado en plena ciudad con una superficie de cincuenta y dos Hectáreas en las que se exponen más de doscientas esculturas de bronce, granito e hierro forjado del escultor noruego Gustav Vigeland. El parque fue creado por el propio escultor por encargo del propio ayuntamiento de la capital. En él se exponen sus esculturas creadas entre 1926 y 1942. Desde que conocí esa maravilla oslense, mi sueño fue que en Málaga hubiese un parque de esculturas de nuestra más insigne escultora internacional: El Parque Elena Laverón.

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