La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Elogio de la cultura gustosa

Libros que huelen a cine de barrio y conservan entre sus páginas horas que nunca volverán, pero existieron

Por qué esa sospecha ilustrada o desprecio pedante hacia el cosquilleo de la cultura inteligente y gustosa, hacia la cultura reconocimiento de nuestras propias vidas y las de aquellos a quienes quisimos, hacia la cultura butacón en el que dejarse caer para descansar de tantas fatigas? Releo estos días a Wodehouse en mis viejos libros de grueso papel que el tiempo ha vuelto amarillo pálido de la colección Reno de Plaza & Janés. ¿La recuerdan? Tenía distribución en todas las librerías, pero para mí reinaban en los expositores giratorios de las pequeñas librerías papelerías de los barrios que solían estar cerca de un colegio o instituto porque su supervivencia dependía del material y los libros escolares.

La colección Reno ofrecía a 50 pesetas en los años 60 y a 75 en los 70 a los autores más populares en volúmenes de bolsillo con sobrecubiertas, muy de cartel de cine, dibujadas por Álvaro, Sanroma o Samper: Sven Hassel, Alistair McLean, Pierre Boulle, Curzio Malaparte, Frank Yerby, Maxence Van Der Meersch, Mika Waltari, Vicki Baum, Pearl S. Buck, Daphne Du Maurier, Somerset Maugham, Lajos Zilahy, Ayn Rand, Frank G. Slaughter, Michel de Saint Pierre, Greene, Hemingway, Papini, Wells… Se recitan sus nombres y resucitan los muebles bar librería de formica que los albergaba junto al aparato de televisión y quizás unos vasos altos con dibujos geométricos de colores, presidiendo tantas salitas de estar en los años del primer -tan ansiado, tan trabajado, tan merecido- bienestar.

Releo también a veces mis primeros y muy modestos Sherlock Holmes de editorial Molino que compré en el quiosco de Marqués del Nervión en el que también me abastecía de los pequeños bolsilibros de la Selección Terror de Bruguera escritos por todoterrenos españoles que firmaban como Clark Carrados, Silver Kane o Curtis Garland. Y, por supuesto, conservo los venerables y maternos Agatha Christie, SS Van Dine o E. P. Oppenheim de la vieja Serie Oro de Molino de los años 40 con formato de revista. Libros que huelen a cine de barrio y conservan entre sus páginas horas que nunca volverán, pero existieron. Como existe hoy el placer sencillo que producen. Mientras escribo recibo un sms de un amigo de café diario: "Con mi madre viendo El prisionero de Zenda. Grande. La música de Alfred Newman con arreglos de Conrad Salinger. Dios salve a los estudios". Sí, Dios los salve. Y a la cultura gustosa.

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