La tribuna

Nacho Asenjo

Eternidad y líderes embalsamados

26 de marzo 2013 - 01:00

DÓNDE acaban los cuerpos de los líderes? Tras entregar su último aliento en el palacio, rodeado de familiares y médicos y consejeros o en un hospital medio vacío, donde todo ha sido preparado para que la muerte más pública sea también confidencial y privada, tras haber gemido las últimas palabras, de entrega o resistencia ("No quiero morir. Por favor, no me dejen morir."), sólo entonces la insidiosa pregunta se instala en la mente de los herederos. ¿Qué hacer con el cuerpo?

Son hombres que cambiaron a sus países, que los dirigieron durante años o décadas, que les dieron un impulso distinto, con el apoyo de muchos y el rechazo de muchos otros. Fueron el tipo de hombres cuyos nombres derivan en "ismos": leninismo, maoísmo y ahora chavismo. Construyeron regímenes en los que su figura fue tan central que su muerte puso en peligro la supervivencia del sistema. Y sus cadáveres se convirtieron en algo más que montones inanes de carne y hueso. A ojos de muchos simbolizan algo así como la fe incorruptible en el propio destino. Sí, la muerte nos llega a todos pero estos hombres sobreviven en la memoria de su pueblo y si sus cuerpos no se convirtieran en pasto de gusanos, ¿acaso no quedaría demostrado que su obra también está destinada a hacerse un hueco en la eternidad?

Según la leyenda, fue la viuda del Cid quien montó el cadáver de éste sobre su caballo para hacer creer a sus enemigos que seguía vivo. Del mismo modo, fue Stalin quien, contra la voluntad del difunto Lenin, decidió embalsamar el cuerpo del gobernante para que las masas siguieran teniéndolo como referencia ineludible de la Revolución. Ho Chi Minh pidió expresamente que sus restos fueran incinerados, pero sus sucesores decidieron embalsamarlo y guardarlo en un mausoleo de piedra, en Hanoi. Nunca olvidaré el día en que visité aquel lugar misterioso, vigilado por impertérritos guardias de blanco: un corto recorrido en "u" alrededor de una caja de cristal que acoge un uniforme blanco yaciente, coronado por una cara azulada, espectral, con su corona nevada y su larga perilla hasta el pecho. Por la noche, un sistema automático desciende el cadáver hacia una bóveda más fresca y cada año viaja a Rusia para que los expertos alarguen esa macabra puesta en escena de la muerte. El cadáver de Mao también está expuesto en pleno centro de Pekín, lugar obligado de peregrinación para los campesinos que visitan la lejana capital, donde el despojo se descompone a marchas forzadas.

Son los herederos políticos los que encuentran un valor al cuerpo del líder tras la muerte de éste. Nicolás Maduro, poco ducho en los misterios del embalsamamiento, se precipitó al anunciar que el cuerpo de Hugo Chávez sería embalsamado para que permaneciera "eternamente" a disposición del pueblo. Ah, la eternidad. ¿Qué cabida tiene un concepto tan religioso en una lógica política secular? Está Europa plagada de reliquias de santos: un cabello, un fémur, una mandíbula expuesta en un féretro de cristal bastan para sugerir que tal santo efectivamente existió y que esta catedral que acoge sus reliquias es el lugar ideal para honorar con nuestras plegarias su memoria.

Pero qué gran paradoja para un marxista como Lenin, que creía en la marcha inexorable y amoral de la Historia, verse lanzado a ese universo inmaterial, imbuido de misticismo, que es la eternidad. Chávez, en cambio, había mitificado a Simón Bolívar y había escrito su propia hagiografía como directo heredero del gran revolucionario. Su deseo personal de proyectarse hacia el más allá era evidente. Como buen populista, Chávez creía que su lazo con el pueblo era directo e íntimo y la muchedumbre que salió a saludar su féretro, expuesto durante nueve días, atestigua la reciprocidad de ese sentimiento.

En España, en esos días de emoción caribeña, las redes sociales se encargaron de difundir un mensaje inquietante: si ninguno de nuestros líderes es capaz de provocar tal reacción emocional entre nosotros, ¿no será que valen menos? Y es que hay gente que se olvida de algunas cosas esenciales: uno de los principales objetivos de la democracia es evitar la llegada de grandes líderes iluminados. Nuestros gobernantes pueden ser brillantes y carismáticos y pueden tener una gran visión para el futuro del país, pero no permanecerán en el cargo hasta la muerte y no tendrán manos libres para poner en marcha sus ideas. Quedarán coartados por la oposición parlamentaria, los jueces, los técnicos, la administración, la opinión pública, los medios de comunicación, las instancias internacionales…

Los líderes en democracia son transitorios y luchan desesperadamente por dejar una impronta, por débil que sea. Políticamente, vivimos de espaldas a la eternidad. Gracias a Dios.

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