Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Falete

17 de octubre 2016 - 01:00

COMO a tantos otros, el Nobel de Literatura a Bob Dylan me ha descolocado por completo. No voy a juzgar ni, mucho menos, prejuzgar sus méritos o deméritos por una razón bien obvia que probablemente convierta esta columna en absolutamente prescindible. La música, y no sólo la militar, a mí nunca me hizo levantar. Lo confieso como lacra y carencia. Me agrada -o desagrada- escucharla, pero no discierno calidades. Me considero un analfabeto musical, aunque no me atrevería a decir que detesto la música con los dicterios que Salinger pone en el protagonista de El guardián en el centeno para decir que no hay nada peor que el cine.

Nunca recibí clases de Música, con la excepción de aquellas voluntariosas nociones de guitarra que nos dio en el Madrid estudiantil Kepa Bordegaray, un periodista que llegó a ser jefe de prensa del PNV y aunque aborrecía el fútbol fue biógrafo de Javier Clemente.

Hay momentos de la música que van en mi memoria unidos a lecturas sublimes: la ópera Lucia de Lammermoor en Madame Bovary, por ejemplo. O sustraerse a los antros de alcohol y tabaco con música de Charlie Parker que inunda el relato El perseguidor de Cortázar. En su novela Yo confieso, Jaume Cabré construye una trama de tiempos, muertes y sospechas con el legado de un violín cuya música es tan determinante como las vivencias de los personajes.

De pequeño, prefería la radio hablada a la musical. Por sus reminiscencias balompédicas, me influyó más María Ostiz que los Beatles. No necesito buscar en Google la fecha de la muerte de John Lennon, día de la Inmaculada de 1980, porque va unida a un desengaño amoroso. El mismo motivo por el que quedó anclada en mi memoria la fecha del 25 de junio de 1977, final de la primera Copa del Rey, que el Betis le ganó en el Vicente Calderón al Athletic de Bilbao. Una proeza con algunas secuelas musicales: ese mismo día Kiko Veneno y Raimundo Amador terminaron de grabar el disco Veneno y justo 32 años después murió Michael Jackson.

He disfrutado mucho con la voz de Dylan, pero antes el locutor ha tenido que decir que es de Dylan. Eso no me pasa con Joan Bautista Humet o con Richard Cocciante, que sí son iconos musicales de mi educación sentimental. Pero ya les digo. Esto es totalmente prescindible. No tengo nada contra el Nobel a Dylan. Como si se lo hubieran dado a Falete. Leí una novela de Leonard Cohen. Me falta la de Perales.

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