Letra pequeña

Javier Navas Baena

Gente de fiar

28 de junio 2015 - 01:00

Aesto se referiría el primero que dijo que la confianza da asco. Pero antes de experimentar más náuseas planteémonos si el cargo de libre designación es despreciable o prescindible: señoras y señores que sin ser funcionarios ni concejales electos ocupan en una institución pública puestos decisivos, sospechosos de parentesco y culpables de nómina.

Un cargo así reemplaza a los funcionarios cuando el político los considera incapaces. Donde la corrupción sirimiri colocó vecinos de un partido y luego de su oponente, igual que capas geológicas, es habitual que el edil flamante encuentre hostilidad y para asuntos complicados no se fíe de nadie (para asuntos turbios, mejor no hablar). Verbigracia, la jefatura de prensa se encomienda a cercanos al equipo de gobierno, pero esto pervierte su trabajo; al final se dedican a vocear el éxito del lifting del concejal de Fiestas en la romería de la patrona. En Málaga se da el caso de la inefable Teresa Porras, cuyo tirón popular debe buena parte a astutas campañas de imagen: solo al muy próximo se le encargan esas catetadas.

Un gerente se agarra a su puesto cual mejillón a la roca y Cassá pretende hacer de agua caliente. Bernal, en Marbella, expulsa a los viejos confiables como quien expulsó a los cambistas del templo, sin indemnización: aunque hablamos de técnicos que quizá sepan de contratos y leyes más que Bernal. De la Torre los defiende: "Un alto cargo debe cobrar lo suficiente para compensarle por lo que deja de ganar en la privada…". Para empezar, la relativa estabilidad que garantiza el sector público, incluso para los que no son funcionarios de carrera, ya es una compensación. Que en el mercado siempre se gane más está por ver: Rodrigo Rato hubiera dormido bajo un cajero automático. Y pese a tanto pelagatos con carné, hay funcionarios y políticos muy válidos demostrando que no todos se mueven por el sueldo; también por vocación de servicio o la muy sana notoriedad.

Recelamos del buen nombre que una vez tuvieran los hombres del Reino -los genealogistas sabrán en qué siglo empezó el escarnio- y podemos atribuirlo fundamentalmente a la miopía de quien los colocó. Sí, se metieron en un negocio peligroso; no más que cualquier otro negocio. No exageremos acribillándolos y que los alcaldes no abusen de su dedo índice. Trabajan por nosotros, pero bien pagados, aunque finjan la abnegación del misionero cristianando caníbales.

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