De cómo se hacen las cosas en Málaga en lo relativo al negocio cultural da buena cuenta el hecho de que la primera vez que la ciudad manifestó a la Academia del Cine Español su interés en acoger la gala de los Goya fue el día siguiente del anuncio que confirmaba a Sevilla como sede del evento para este año, tal y como explicó el presidente de la institución, Mariano Barroso. La diferencia está en que, mientras otras ciudades llevan años litigando para optar al mismo honor, Málaga se lo ha llevado a la primera de cambio, con los posibles competidores convenientemente retirados para dejar el campo libre. Resulta legítimo sospechar que la clave de semejante éxito tiene que ver con el presupuesto de dos millones de euros puesto encima de la mesa, sufragado a partes iguales por la Junta de Andalucía, la Diputación Provincial, Unicaja y el Ayuntamiento, que se compromete a costear en solitario y como cuenta aparte los 700.000 euros que costará la adecuación del Martín Carpena con tal de la Academia, que siempre ha rechazado la posibilidad de llevar la gala a instalaciones deportivas, dé ahora el sí (en Sevilla, por cierto, donde no hubo que reformar el auditorio dispuesto con sus 3.500 butacas, el Ayuntamiento corrió solito con los gastos comprometidos con la Academia, cerca de un millón de euros, mientras que los distintos patrocinadores privados aportaron 750.000 euros. Exacto: la gala malagueña costará 250.000 euros más que la sevillana a cambio, con perdón, del mismo producto, sólo en lo que al presupuesto comprometido se refiere). Pero aquí la política cultural es más de empezar la casa por el tejado, de apresurarse cuando ya se llega tarde a todo y de equilibrarlo luego a base de inversiones millonarias: nadie duda de que el escaparate bien lo vale, pero da la impresión de que en Málaga se tira siempre a base de gasto para alcanzar más allá de adonde nos permite llegar la improvisación. Por otra parte, por más que Mariano Barroso niegue la existencia de pujas, quizá debería la Academia hacer un pelín de pedagogía y explicar cómo funciona el procedimiento, porque eso es justo lo que parece.

Ya que estamos, y ya que tanto dinero público hay de por medio, estaría bien que la gala de los Goya sirviera en Málaga para algo más que la autocomplaciente y tontita feria de vanidades que deja cada año el sarao. En relación con el vínculo que la ciudad mantiene con el cine, la Academia ha valorado especialmente el Festival de Málaga y la multiplicación de rodajes, incluidos algunos internacionales de amplia resonancia, que el territorio acoge cada año. Sin embargo, si bien Sevilla ha sido capaz de generar una industria propia que ha devenido en eso que llaman cine andaluz, dotada con un tejido profesional y cristalizada en talentos indiscutibles como el de Albert Rodríguez, hacer cine en Málaga sigue siendo una cuestión altruista y aficionada ante la imposibilidad de sacar adelante proyectos mínimamente serios, salvo que Antonio Banderas decida rodar aquí otra película. Por una vez, habría que dejar de figurar por lo que nos llega de arriba. Y a lo mejor en esto sí que vale la pena el gasto. Y la política.

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