pasado, presente, futuro

Simón Cano Le Tiec / Cultura@malagahoy.es

Humanidad atípica, cine majestuoso

EL estilo narrativo que Terrence Malick lleva a sus obras las convierte en atípicas y majestuosas representaciones del pensamiento humano. No prescinde de evocar a los cielos cuando sus protagonistas se hayan bajo presión, ni los convierte en oradores de reflexiones freudianas; los dota de una humanidad trascendental, que comienza a surgir cuando emergen de un vacío emocional.

Cada una de sus películas se convierten en lienzos sobre los cuales sangran sus protagonistas, ya sea por decisiones o actos que decaen en la perdición, o por dejar de diferenciar la realidad de la imaginación, donde todo se plantea bajo ningún pretexto. Martin Sheen simbolizó este tétrico canon en la ópera prima del director texano, Malas tierras, reflejando cómo el sueño americano se podía convertir en el caos moral que nos planteó la interpretación de James Dean en Rebelde sin Causa. Jim Caviezel también representó la autocrítica moral en una de las cintas más elogiadas del director, La delgada línea roja. Supuso una película bélica en un profundo verso sobre las intrigantes dudas existenciales de sus combatientes, así como la representación de la vida y la muerte como sencillas muestras del avance de los tiempos.

Además, el director emplea una fotografía exuberante que suele inspirar la sensaciones que los personajes comienzan a transmitir, o las representa mediante inmensidades terrenales, en las que éstos se sumergen hasta redimirse de sus acciones, o reflexionar sobre las mismas. El árbol de la vida profundiza sobre las relaciones paternofiliales, aquellas donde la existencia humana no constituye la sencillez que plasmó anteriormente, haciendo especial hincapié en las exigencias de un padre ambicioso, que tiende a convertirse en la figura temida por el hijo, así como en las caricias mentales que la madre es capaz de aportar mientras este sentimiento les rodea.

Las esperanzas del director para que su cinta fuese premiada en Cannes debieron ser escasas; su cine, aunque elogiado por la crítica, en algunos momentos es considerado exasperante hasta el punto de no mantener continuidad alguna. Además de no contar con un apoyo unánime, una de las favoritas del festival fue Melacholia, un llanto al mundo real por la cual Kirsten Dunst obtuvo el Premio a la mejor interpretación femenina. Rompiendo las expectativas de la prensa, El árbol de la vida consiguió la Palma de Oro, convirtiéndola en una de las cintas más esperadas del año. Sin embargo, tras este triunfo, la obra de Terrence Malick ha sufrido las subjetivas críticas de su coprotagonista, Sean Penn. Aquel que consiguió evocar la pérdida de su hija en Mystic River, confesó no entender su presencia en el filme, tachando su narración de extremadamente compleja, la cual podría haberse suavizado para perfilar su personaje con más dinamismo. El actor declaró que la emoción que sintió al leer el guión perdió toda su esencia al trasladarse a la gran pantalla, acabando así con la posibilidad de volver a trabajar con Terrence Malick.

La labor interpretativa del actor californiano suele conformar la soledad adquirida, donde su faz es capaz de reflejar las emociones de un ser descontento, con las necesidades de evadir sus sentimientos de alguna manera, tal y como mostró defendiendo el derecho a vivir con su hija en Yo soy Sam, o de vengar la brutal pérdida de la misma en Mystic River. En todas y cada una de sus películas logra dibujar personalidades firmes, atadas a típicos complejos sentimentales, donde consigue aplicar una compleja naturalidad que aporta una gran peso sobre la película.

Terrence Malick evoca a la esperanza en todas sus cintas, así como a la redención y a la perdición, y tiende a crear mundos paralelos sobre los cuales sus personajes recrean sus actos hasta dotarlos de realismo, generando así, la fuerza que les impulsa a cometerlos, creando un sentimiento mucho más humano que no busca una reflexión moral, sino la liberación de sí mismo.

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