En las últimas semanas y en numerosas ocasiones ha expresado el alcalde, Francisco de la Torre, su preocupación literal por la "imagen de Málaga". Lo ha hecho en sus habituales comparecencias públicas y también a través de las redes sociales, donde se ha mostrado particularmente activo este verano. En sus abundantes llamadas al respeto de las normas de seguridad ante el desarrollo de la epidemia del coronavirus, recordaba De la Torre, puntualmente, que la "imagen de Málaga" estaba en juego. Y tenía razón: una ciudad capaz de contener la tendencia al alza del contagio mediante la conducta ejemplar de sus habitantes resulta, desde luego, mucho más atractiva de cara al turismo, y no hace falta recordar hasta qué punto tal objetivo resulta trascendental en Málaga. Cuando llegó a su término el Festival de Cine y el sector celebró lo que había sido un éxito de gestión cultural modélica ante la adversidad, De la Torre se felicitó, de nuevo, por la contribución que entrañaba este éxito a la "imagen de Málaga". E, igualmente, tenía razón: la celebración del festival, con una rigurosa aplicación de numerosas medidas sanitarias para garantizar la seguridad de todos los participantes, ha servido de ejemplo a otros certámenes y eventos culturales de gran poder de convocatoria que se disponen a celebrar sus nuevas ediciones en España los próximos meses. Menos feliz ha resultado la evolución de la epidemia, que ha dejado a Málaga en una posición delicada con el número de contagios disparado respecto a otras provincias andaluzas, lo que puede obedecer a razones como, precisamente, una mayor afluencia turística (aunque reducida de manera drástica respecto a los últimos años) y a otras seguro menos evidentes. El empeño puesto en la imagen de la ciudad como elemento merecedor de la salvación es natural, lógico y también necesario, pero invita a abordar una reflexión urgente sobre la política municipal, sus formas, sus contenidos y sus mensajes. Tal vez la apariencia nunca ha sido tan importante, pero igual es conveniente ajustar el nivel.

No hace falta recordar a estas alturas que el primer indicador de la prosperidad de las ciudades en este siglo no es el rendimiento derivado del trabajo, sino la competencia de la imagen proyectada en el mercado turístico. En este sentido, Málaga ha sabido añadir a sus tesoros naturales elementos concretos, como los relacionados con la cultura, para completar una imagen altamente competitiva, lo que obedece al acierto de una política municipal orientada a tal efecto y capaz de tomar las decisiones oportunas. Habría que preguntarse, no obstante, en qué medida esa imagen proyectada ha terminado suplantando la realidad diaria cuya transformación y mejora es responsabilidad de la misma política; es decir, si acaso lo que desde Málaga se considera un éxito es más bien una especulación dado que el éxito afecta en exclusiva a la imagen. ¿Hay algo debajo de esa imagen? ¿Cualquier otro objeto político posible? ¿Tal vez algo parecido a una ciudadanía? Quién sabe.

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