Libertad de expresión

Lamentablemente, aquí conocemos bien, somos conscientes y vivimos lo que dice el informe de EEUU

El informe del Departamento de Estado de EEUU sobre las prácticas de los derechos humanos en el mundo, durante 2020, ha tenido su impacto en España, por lo que recoge acerca de la libertad de expresión. En él se analiza la calidad de esta última en base a la existencia o no de restricciones -sean directas o indirectas-, intimidaciones o censuras que limiten o impidan el ejercicio de la misma. Y no solo se focaliza en las que se ejercen sobre los profesionales de los medios de comunicación sino también las que se llevan a cabo a través de Internet, en el mundo académico y en la cultura. Y miren por dónde que tenemos, por un lado, a alguien como gran protagonista en ese apartado, un alguien que se ha podido empapar de todas las series televisivas habidas y que te las puede relatar con todo lujo de detalles gracias al amplio tiempo libre que le dejaba su recién abandonado cargo de vicepresidente segundo del gobierno de España y ministro de derechos sociales y agenda 2030, a juzgar, por supuesto, por el escuálido currículum que ha desarrollado en sus 14 meses de desempeño: Pablo Iglesias. Y, por otro, tres coprotagonistas: Pedro Sánchez, quien durante el confinamiento se dirigía al país como si estuviera en un púlpito, para después responder solo a algunas de las preguntas, una vez eliminadas las que le incomodaban; Pablo Echenique, por su alusión directa a un presentador de televisión; y Vox, por sus ataques verbales y físicos a reporteros y el acoso en redes a periodistas críticos. Hay más cosas, pero lo mencionado es más que suficiente. En esta cuestión, lo que sí es preciso decir es que, en realidad, los estadounidenses no nos han descubierto nada, simplemente han reflejado en un documento lo que aquí, lamentablemente, conocemos bien, somos conscientes y vivimos. Por eso, no procede que se intente buscar una justificación aduciendo que esas acusaciones son retazos de la era trumpista. La erosión de esa libertad de expresión es, entre otras cosas, consecuencia de la polarización que algunos dirigentes políticos y partidos han fomentado, lo que, a su vez, ha tenido el efecto en algunos de sus prosélitos para que actúen, en sus entornos cotidianos y en sus círculos más cercanos y a modo de encargados de velar por la ortodoxia emanada por sus líderes, reprimiendo e intentando "reeducar" a los descarriados y, si no lo consiguen, atacándolos hasta abatirlos y así neutralizarlos o desbancarlos de la esfera pública. Esto es lo que hay, aunque no nos guste.

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