EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Liquidadores

23 de marzo 2011 - 08:43

CUANDO se produjo el accidente nuclear de Chernobil, en 1986, se llamó "liquidadores" a los trabajadores que entraron en la zona de máxima radiación y construyeron el sarcófago de hormigón que evitó en lo posible el escape radiactivo. No sé quién les puso ese nombre tan feo. Eran bomberos, militares, pilotos de helicóptero, ingenieros, albañiles, médicos o habitantes de los pueblos vecinos que se presentaron voluntarios para echar una mano. Algunos acudieron en mangas de camisa, otros pudieron usar unas mascarillas que en realidad no servían de nada, y otros tuvieron que ponerse unas pesadas corazas de plomo que pesaban treinta kilos y que tampoco está muy claro que les sirvieran de mucho (a éstos los llamaron "bio-robots").

Hay gente que se asombra del peligro de la energía nuclear, o yendo más allá, de la violencia inaudita del terremoto japonés y del tsunami posterior que desplazó cuatro metros la costa del Japón, pero a mí lo que más me sorprende de todo esto es el misterio inconcebible de la valentía humana. ¿Qué hace que alguien se presente voluntario, y en mangas de camisa, a apagar un incendio en una central nuclear? ¿Y qué nos impulsa a meternos en una zona devastada donde los índices de radiactividad pueden ser mortales? Yo tendría que pensármelo mucho antes de hacerlo, pero hay gente que no se lo piensa, o si se lo piensa, al final sabe tomar la decisión que más nos costaría tomar a los demás: la de presentarse voluntario y hacer un trabajo que nadie o casi nadie querría hacer, la de jugarse el tipo por casi nada, la de aceptar un reto que muy pronto caerá en el olvido y que nunca será recompensado como se merecía.

Y esto es lo que me intriga de los "liquidadores" de la central de Fukushima. ¿Por qué están allí? Muchos son jubilados que se han presentado voluntarios. Todos saben que los responsables de la central nuclear han procurado escabullirse y están muy lejos de la zona de peligro, y también saben que otros expertos se han negado a trabajar en la zona contaminada, pero ellos están allí, algunos cobrando 80 ó 100 euros al día y sabiendo que en el mejor de los casos van a salir de la central con el cuerpo averiado para el resto de su vida. Y eso mismo es lo que no consigo explicarme, porque el mayor enigma que conozco es el enigma de la abnegación humana. No hay tsunami ni catástrofe natural que pueda compararse con la potencia de la explosión silenciosa que ocurre en el interior de un ser humano, cuando da un paso al frente y dice "Yo iré", refiriéndose a un lugar al que nadie más quiere ir. Hoy que casi todo el mundo habla del bombardeo de Libia y de Gadafi, es posible que nos hayamos olvidado de los "liquidadores" que se juegan el tipo en Fukushima. Yo no quiero olvidarlos. Honor a ellos.

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