¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez- Moliní

Machado

HAY que reconocer que Pablo Iglesias está mejorando sus gustos culturales. Del presente que le hizo a Felipe VI en Bruselas, la serie televisiva Juego de tronos, al que le entregó a Rajoy el pasado viernes en las puertas de la Moncloa, la edición de Cátedra del Juan de Mairena, de Antonio Machado, dista un abismo. Las razones profundas por las que el líder de Podemos le regaló al presidente del Gobierno un libro de un andaluz incrustado en Castilla cuando el tema a tratar era Cataluña se nos escapan por completo. Pero Iglesias es muy vivo y quizás le estaba lanzando una indirecta. Quizás le quería recordar el compromiso ético del poeta, o su escepticismo bondadoso, o su laicismo de raíz institucionista... -"Chúpate esta, Mariano"-, tuvo que pensar Iglesias al endosarle al de Pontevedra los dos tomos.

Durante el tardofranquismo y la transición, Antonio Machado estuvo de moda y fue parte esencial de lo que los modernos ilustrados de hoy llaman el mainstream. Su efigie en negativo se exhibía en afiches y pegatinas, como las del Che Guevara o Cristo Vive, y sus poemas musicados por Serrat se convirtieron en auténticos himnos generacionales. Sin embargo, y perdón por la perogrullada, toda esta divulgación de la obra del sevillano se hizo a costa de difundir una imagen plana del mismo, carente de cualquier complejidad y riqueza, excesivamente centrada en unos aspectos cívicos-políticos, que fueron, por otra parte, innegables. Machado aparecía como santón de la República cuyo morabito en Colliure era visitado con devoción y militancia. Después, durante los ochenta y los noventa, los jóvenes dirigieron su mirada hacia su hermano Manuel, más dandy, más poeta, de derechas, igual de enorme y trágico. Pero ya ni eso. Para la mocedad de hoy, Machado será, probablemente, un tedioso tema de la asignatura de Literatura (si los tecnócratas del PP no la han eliminado aún). En unas generaciones tan obsesionadas por la imagen y la pose, no deben calar mucho esas fotos de un señor vestido con formalidad burguesa y la chaqueta sucia de lamparones y ceniza.

Y ahora, cuando el nombre de Machado ya era apenas un eco, llega Pablo Iglesias y se planta a las puertas de la Moncloa con el Juan de Mairena. ¿Imaginativa pedagogía? ¿Oportunista guiño sentimental a los viejos progres que aún habitan en IU? ¿Simple cursilería? Las razones (las verdaderas) poco importan si el gesto ha servido para que el nombre de Machado haya salido por un momento de las páginas de Cultura de los diarios para asomar su sombrero en las de política. Falta hace.

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