Bloguero de arrabal
Ultraoceánicos
UNA consultora de recursos humanos contaba ayer lo que todos sabemos: volver al trabajo deprime. Pero, sinceramente, lo que debería amargarnos es no tener donde volver. En estos tiempos regresar a tu puesto con tu nómina tendría que ser motivo más que suficiente para hacerte feliz. Así lo confesaba una compañera el jueves tras pasarse la mañana recogiendo testimonios de la cola del paro. El contraste, siempre el maldito contraste. No somos ricos, pobres, guapos o feos. Sólo depende de con quién nos comparemos. Quizás por eso proliferan en las televisiones programas que, bajo la falsa apariencia del reporterismo de calle, se dedican a mostrarnos exclusivamente las miserias ajenas. Cuando terminan no sólo estamos sobrecogidos. También encantados de habernos conocido.
En octubre de 2007 fue muy polémico un especial de Callejeros, de Cuatro, sobre Palma-Palmilla. El viernes, mientras Málaga apuraba su Feria, lo volvieron a emitir. Esta vez lo vi, y aunque entiendo la indignación de los colectivos de un barrio que queda retratado como el peor gueto de Johannesburgo, me horrorizó recordar la tibia respuesta de las administraciones, que se limitaron a unirse a la inmolación del mensajero. Lo que aparecía en el sesgado programa podía ser la parte más marginal, lo peor, de los distintos mundos de La Palmilla, pero la mera existencia de esos infiernos debería ser motivo de vergüenza para toda la ciudad. Por si fuera poco, dos días después La Sexta repuso otro especial de su programa gemelo, Vidas anónimas, con escenas dantescas en Los Asperones y La Corta.
Sí, en el resto de grandes ciudades hay lugares similares. Pero eso no es excusa. Que sólo queramos verla protegidos en el salón de nuestras casas no significa que esa otra Málaga no exista. Y es del todo inaceptable.
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