Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

La Maroma

Ascender a la Maroma es como subir a los hombros de un gigante. Dicen que una frase parecida a esa ("Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes"), fue utilizada por Newton para indicar que si la obra de una persona logra alcanzar un nivel superior, es gracias a la aportación de todos los que le precedieron. Tal vez sea eso lo que anime al caminante a auparse en lo alto de la Maroma, esa mole impasible que se levanta en la Axarquía, cerca del mar que le baña los pies, que ha visto pasar -y trepar por su lomo- al hombre de Neandertal y al de Cromañón, a un sinfín de homínidos de distintas etnias y creencias: íberos, tartesios, celtíberos y fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bárbaros, árabes… Y en efecto, ese caminante -mezcla de genes, de costumbres, de lenguas, de religiones y creencias-, ese ser hecho con el retazo de tan buenas (y, a veces, no tan buenas) y variadas mimbres, decide trepar a la cumbre de la Maroma. El agradecimiento a nuestros antepasados, el amor a la tarea que cada uno realiza, la solidaridad con todas las criaturas que pueblan la tierra: he aquí la fuerza telúrica que emana de esta mole, corazón de Málaga.

Se dice que Málaga es la segunda provincia española más montañosa -la primera sería Huesca-, o por lo menos con más altas cimas. La Maroma con sus 2068 metros de altitud es la reina, pero ahí están también el Torrecilla, Navachica, el Lucero, el Chamizo, entre otras cumbres de más de 1000 metros. Por cierto -¡aviso para caminantes!-, los hermosos horizontes que se otean desde tan generosas alturas, debemos mantenerlos oculto entre nosotros, pues de conocer el preciado secreto -tal como sucedió con nuestra costa y muchas de nuestras ciudades-, los foráneos -bárbaros y no bárbaros- se darán prisa en apropiárselos. Así que ¡chitón!

Según la estación del año, la forma física y el afán de aventura del caminante, se puede ascender a la Maroma por distintas rutas. El inmaculado manto blanco que brilla al sol en invierno; todos los colores que el verde guarda en sus entrañas; el mosaico multicolor de pinos, arces, mostajos y tejos; el aroma de la lavanda y el romero; su variadísima fauna (desde la cabra montés a grandes águilas y halcones); el silencio solo roto por la brisa que mece los árboles o el crujir de las ramas… Y una vez lograda la cima: el azul purísimo del cielo y el mar, los pueblos blancos de la Axarquía, la bahía de Málaga, el mar de Alborán, la costa africana desde Ceuta hasta Orán -Melilla, el Rif, la Cordillera Bética hasta Gibraltar-, Sierra Nevada y Sierra Mágina…, la sabiduría y el esplendor del mundo -ciego, sordo y mudo ante la decrepitud de nuestro arrugado ombligo, de los estragos del Covid, de las tonterías del gobierno y la malévola estulticia de la oposición…-, se abre ante nosotros. Vale la pena el esfuerzo. Es la experiencia sublime de la verdadera dimensión del hombre frente a la grandiosidad de la naturaleza. El disfrute de la belleza cuesta y se resiste, pero siempre compensa, sabedores además de que aquí, el esfuerzo común no divide a los hombres ni a sus lenguas, como en la Torre de Babel. Así el encuentro entre el seseo cordobés y el ceceo malagueño generó que lo que antaño era la cima de Tejeda, hoy sea conocido por la cima de la Maroma. Pero esa es otra historia de Málaga.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios