Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
ALLEN Ginsberg publicó sus poemas de Aullido en 1956, cuando nadie había oído hablar de la "generaciónbeat". Veinte años después, en los tiempos de la Transición, los jóvenes de entonces leíamos embelesados los poemas de Ginsberg. Recuerdo en especial las invocaciones -roncas como los gritos de un demente en medio de la noche- con que Ginsberg se dirigía al dios Moloch, el cruel dios Moloch del fuego y la destrucción a quien los fenicios ofrecían sacrificios humanos: "¡Moloch! ¡Moloch! ¡Soledad! ¡Porquería! ¡Fealdad! ¡Cubos de basura y dólares inalcanzables! ¡Niños chillando bajo las escaleras! ¡Muchachos sollozando en los ejércitos! ¡Ancianos llorando en los parques!". Para muchos de nosotros, intoxicados por la ideología de la época -un cóctel delirante de marxismo y surrealismo-, aquellas imágenes apocalípticas eran reales. En realidad vivíamos bastante bien -nunca en la historia de España se había vivido tan bien-, pero nos empeñábamos en ver las manifestaciones del sangriento dios Moloch por todas partes: "¡Soledad! ¡Porquería! ¡Fealdad!".
Ahora parece que volvemos a vivir en tiempos de delirios ideológicos. Por fortuna, la gente de la calle parece bastante tranquila, pero algunos grupos políticos y sociales parecen haber entrado en estado de trance y ven manifestaciones del malvado dios Moloch por todas partes. ¿Realmente son las reválidas que propone la nueva ley educativa una muestra de sadismo contra los pobres estudiantes? ¿Está el Congreso de los Diputados ocupado por una mafia tenebrosa que hay que rodear y destruir? ¿Vivimos una situación de opresión intolerable, como si fuésemos un país sometido al saqueo de una potencia invasora? Leyendo algunas cosas, escuchando algunas proclamas, parece que sí. "¡Moloch, Moloch! ¡Soledad! ¡Porquería! ¡Fealdad!".
Comprendo que sientan estas cosas los jóvenes que leen poesía y vacilan entre suicidarse o apuntarse a un curso de yoga tántrico. Pero que las sientan, o que nos hagan creer que las sienten, jueces y profesores de Derecho y parlamentarios y actores y periodistas que cobran diez veces más que cualquier trabajador da bastante vergüenza. Allen Ginsberg al menos era un buen poeta. En cambio, los nuevos adoradores de Moloch parecen una tropa de cursis histéricos. ¡Moloch, Moloch, por favor, llévatelos contigo!
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