Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Odio eterno al fútbol moderno

La Superliga de Florentino sería la puntilla al fútbol: el virus del 'procés', la pela manda, el deporte la diña

Tomo la frase del titular de publicaciones de futboleros rancios. Salvo excepciones, el fútbol profesional de hoy es difícil de aguantar. No hablo de estética, aunque comparar a cualquier jugador de la oranje de Cruyff con Neymar y otros tatuados y pelados alucinógenos que pululan por los estadios es como comparar el jamón de bellota con el jamón de hembra en plásticos de a euro. Tampoco hablo del hecho de haber visto llegar a los futbolistas al estadio junto a mi casa con el bolso de sus propias botas en la mano, o a un entrenador húngaro conducir un Seat 850, al que apodamos Alfa Romero. No es por todo eso. El odio -es un decir- al fútbol moderno que comparto con no pocos fieles del balompié es porque los partidos de fútbol son un soberano coñazo en demasiados casos. Atletas multirraciales al mejor postor que corren los cien en 9,9, pero que, cuando llega el momento de resolver, acaban lanzando melones a la grada. ¿Antes también? Al menos no habían reventado este deporte, juego y espectáculo con dineros -y comisiones- irracionales, que hoy provienen en buena medida de las apuestas o inversores que saben de fútbol lo mismo que mi gato. Y cuando la pela manda, acaba pasando lo que pasa: el deporte la diña. El virus del procés.

Ver hoy al Milan y hasta al gran Bayern, al Barça degenerado en ladrillazo, y a toda la ubérrima Premier -no digamos al Getafe- casi te hace preferir a tiro de mando el telefilm alemán de sobremesa. Sólo salvaría a los clubes del corazón, los de cantera y filiales, los del barrio y el pueblo, aunque hoy casi todo es soldado de fortuna itinerante. La élite es tan élite y tan imitación de la play que el juego resulta más intragable que un alfajor en agosto. Ahora llega JP Morgan y el Florentino de todas las grandezas merengues a liderar una revolución de la plutocracia pelotera, y a cargarse este deporte de equipo de incomparable seguimiento. No es otra cosa que la pasta gansa, empezando por el cáncer de los salarios y fichajes con los que tantos se han forrado sin distinguir un balón de una tableta de chocolate. Florentino y los vendedores de camisetas globales quieren cargarse las ligas y privatizar el tinglado completo. Para que acabemos de gringas maneras yendo a los estadios o frente a la tele a comer pizza y beber birra, adorando a los atletas mercenarios, y entregados al postureo en red social. Fútbol ni fútbol, hombre. Johnson y Macron se han llevado las manos a la cabeza. Y al bolsillo. Esta noche me pondré The Damned United, se la recomiendo. Tenga kleenex a mano.

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