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Ignacio F. Garmendia
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Aveces se juega con los vocablos para retorcerlos, desfigurarlos, cambiarles el sentido e intentar apropiarse de ellos como si fueran un patrimonio exclusivo. Se ama tanto el eslogan, la frase de impacto, el reclamo atractivo, que no nos importa adulterar una palabra para llevarla desde su noble significado a una frivolización inadmisible. Todas las palabras significan algo, pero no todas son iguales. Las hay que tienen sentimiento, tienen historia y sobre todo tienen alma. Por eso hiere verlas sometidas al fútil escaparate de la almoneda de unas elecciones autonómicas. Esto ocurre con la palabra 'libertad' que está siendo tan maltratada y tan suplantada que estamos a un paso de hacerla irreconocible. Porque libertad no es un vocablo que merezca entrar en el insustancial juego de la mercadotecnia oportunista. Libertad siempre ha sido un objetivo histórico, es una meta que durante siglos persigue nuestra civilización. Aquí y ahora Libertad significa poder elegir a los representantes políticos que queramos, poder expresar lo que se piensa sin más limitaciones que el respeto a los demás. Libertad es la posibilidad de sindicarse sin ser perseguido, afiliarse a un partido político sin temer ser encarcelado, poder comprar y leer libros sin tener que soportar la censura, criticar al poderoso sin temer represalias. Por eso, en este país en que tantas veces y por tanto tiempo nos privaron de la dignidad de ser libres hay que acercarse esa palabra con respeto y admiración, porque por ella, por el concepto que representa, muchas personas han sufrido encarcelamiento, tortura, destierro y muerte. Utilizarla como reclamo electoral y arrastrarla como moneda de cambio en una campaña supone alcanzar el más alto grado de desfachatez y de cinismo político. No solo para los que durante parte de nuestra vida tuvimos que vivir sin poder disfrutarla, sino para todos los ciudadanos que tienen un exacto conocimiento de lo que significa y lo que nos dolería su ausencia, nos hiere verla usada para el juego travieso de equipararla con el deseo de poder compartir cañas en un bar a altas horas de la noche. En la dictadura también se pudo trasnochar y frecuentar las cafeterías, pero todos sabíamos que en eso nunca consistió la libertad. Usar el término libertad como frívola artimaña electoral no solo supone herir a muchos españoles, sino que es una traición y una burla para todas aquellas personas que lucharon y sufrieron por ella, señora Díaz Ayuso.
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