Desde que mi amigo Pánfilo se apuntó a Facebook -Imserso mediático de los mayores-, me da mucho menos la lata con sus paridas, aunque sigue etiquetándome en alguno de sus post. Ahora, ha comenzado, como Saramago con su Caín, a reescribir la Biblia en una sección que ha titulado 'Historia Sagrada de la Humanidad'. En la primera entrega ha escrito: "En esto que llegó el pudor, y Adán no se atrevía a salir del Paraíso si no era con un taparrabos de esparto, esto sí, ornado de finísimas plumas del ave del mismo lugar y procedencia. Lo de la hoja de parra fue un refinamiento posterior. El pudor es un invento patriarcal. Ante la diversidad de tamaños y formatos del fluido y telescópico miembro reproductivo masculino, y para que la comparativa no injuriase a los machos con penes indecorosos, reunido el heteropatriarcado en pleno, en salita aneja del Edén, decidió ocultar esta zona del cuerpo del varón. Y, aunque estas partes de la mujer son 'terra abscondita' ('orbe oculto'), el macho opresor la obligó, desde entonces, a velarla con la lencería, con el conque de que quedaba al descubierto lo que en mi pueblo llaman, metafóricamente, el 'cesperito' de las chicas (de césped), con los consiguientes comentarios y observaciones intempestivos sobre su 'roalillo', vulgo, monte de Venus". Le hice una precisión: lo vulgar es llamar roalillo al monte de Venus, y no al revés. Le resbaló mi observación e inmediatamente me informó de que un comentarista de su texto lo había felicitado, aunque lo había remitido al libro El origen del pudor (1924) de Enrique Casas Gaspar, contrario a su teoría. Mi amigo, que es muy de leerse solo las primeras páginas de los libros y fingir que los ha terminado, se paró en la página 9, en la que encontró la opinión del padre de la antropología italiana, Mantegazza, que parecía darle la razón y la transcribió en su muro: "Si el pudor, escribió el italiano, tuviera su origen en la necesidad de cubrir las carnes y defenderlas de las ofensas exteriores, los hombres tendrían que ser más pudorosos que las mujeres, porque estas tienen mejor defendidos por la naturaleza los genitales". Para apoyarlo, le he enviado el Adam et Eve (1909) de la pintora Suzanne Valadon, en el que Adán lleva pámpanos y una Eva despampanante, no. Y le he sugerido que termine de leerse el libro de Casas.

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