En familia son conocidos como los Pata, pero para el público son, desde hace más de veinte años, Pata Teatro, una de las compañías escénicas más reconocidas y con mayor proyección de Málaga. Pata Teatro es un colectivo por el que pasa mucha gente, pero su columna vertebral la sustentan dos artistas, Macarena Pérez Bravo y Josemi Rodríguez, que han sacado adelante su proyecto contra viento y marea hasta consolidarse en la escena nacional. En la última década, una de las iniciativas de Pata Teatro que más han contado con el favor del público es el ciclo Clásicos de Verano, con representaciones de algunos de los grandes títulos de la historia del teatro en espacios singulares y patrimoniales de Málaga. Y estamos ahora de enhorabuena porque, tras el parón que impuso el año pasado el coronavirus, el ciclo vuelve este año: la compañía estrenó el pasado jueves en la Sala María Cristina La dama duende, de Calderón, en un montaje protagonizado por Pérez Bravo y Rodríguez junto a Rocío Rubio, Adrián Perea y Miguel Guardiola que podrá verse, en funciones de lunes a sábado, hasta el 7 de agosto. La cuestión es que, más allá de recomendarles encarecidamente que vayan a ver la obra (les aseguro que no se van a arrepentir), esta aventura de Pata Teatro invita a hacer algunas reflexiones sobre la identidad de Málaga como ciudad cultural. Si me hacen caso y van a ver la obra, encontrarán allí un público de lo más variopinto: familias al completo, parejas de enamorados, jubilados de los que no se pierden una, teatreros finos con pinta de intelectuales, niños, mayores, lo que ustedes quieran. Personas anónimas de la más diversa extracción que conforman ese misterio al que llamamos público. Y el público, como su propio nombre indica, no es un club exclusivo, ni una organización estructurada en torno a determinadas prerrogativas, ni una asamblea de afiliados: el público es tal porque cualquiera es susceptible de formar parte de él. Es más, un verdadero público queda mejor definido en toda su extensión cuando reúne a personas de distintos intereses, individuos que, de otra manera, no se juntarían nunca. Las funciones de los Clásicos de Verano de Pata Teatro nos devuelven, íntegro, este sabor fidedigno del público, en su acepción más real. Una comunidad de espectadores donde todos, todos, son bienvenidos. Cada uno disfrutará la obra a su manera, pero todos la disfrutarán.

Y de alguna forma se consuela uno cuando sabe que vive en una ciudad donde una compañía de teatro representa a diario para todo el público La dama duende de Calderón. Pase lo que pase, ellos estarán ahí, dando vida a la comedia. Y en una ciudad donde a cuenta de la marca, de la innovación, de los escaparates, del turismo y de la vaca sagrada urbanocapitalista la cultura se ha convertido en una mercancía tan especulativa como el bitcoin; en una ciudad, también, donde, con la absoluta bendición de esta misma especulación, la creación cultural se ofrece en entornos cada vez más cerrados, más exclusivos, donde sólo se invita a un perfil cada vez más concreto y excluyente de espectador, donde cada vez menos gente tiene menos cosas que compartir, donde hay que ser de una tribu determinada para no sentirte fuera de sitio si te interesan el arte, la poesía o el teatro, los Pata nos devuelven aquel viejo anhelo de una cultura viva para todos, donde cualquiera puede encontrar un poco de sí mismo sea cual sea su edad, su origen o su orientación sexual. Vivan los Pata, por tanto. Y que no falten.

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