En tránsito

Eduardo / Jordá

Plaza Sintagma

24 de enero 2015 - 01:00

GUARDO una imagen de Atenas que no he olvidado: en la plaza Sintagma, detrás de la Acrópolis, vi a un pope ortodoxo cruzando tan tranquilo una calle en mitad del caos del tráfico. El hombre tenía una larga barba gris y llevaba un maletín en la mano, y en vez de esperar a que el semáforo de los peatones se pusiera en verde, cruzó al otro lado en medio de la maraña del tráfico, bajo el polvo asfixiante, sin importarle los coches y las motos que se le echaban encima con toda clase de gritos y bocinazos. El pope no se inmutaba: seguía su camino imperturbable, sin avivar el paso, confiando en una especie de protección ultraterrena que lo iba a salvar del peligro.

Sintagma significa en griego "coordinación" o "acuerdo", y la Plaza Sintagma se llama así porque es la Plaza de la Constitución, y la Constitución tiene en griego ese mismo nombre que nosotros usamos para definir la unidad mínima de la estructura gramatical. Todo eso me llamó mucho la atención. Grecia es para nosotros el sinónimo de orden y de pensamiento clásico. Una gran parte de lo que somos como civilización -nuestra idea del alma, o de la libertad individual, o de la democracia- surgió hace más de 25 siglos en Grecia, pero la realidad que uno se encontraba en la Grecia actual era la de un país caótico en el que un pope con la sotana raída cruzaba una calle con toda la parsimonia del mundo, jugándose la vida y jugando también con la vida de los motoristas. Y eso ocurría en la misma plaza Sintagma, la plaza del Orden, la plaza de la Constitución.

Mañana hay elecciones en Grecia y media Europa está pendiente de los resultados, como si lo que va a ocurrir allí fuera a tener una importancia esencial. Pero el gran Petros Markaris -el novelista que ha descrito como nadie la Grecia actual- ya ha advertido una y otra vez de que esas elecciones son una tomadura de pelo entre dos formaciones que sólo pretenden engañar a unos ciudadanos al límite de sus fuerzas. Según Markaris, ni los conservadores de Nueva Democracia ni los izquierdistas de Syriza están en condiciones de ofrecer nada de lo que prometen. Todo es mentira y retórica y ataques virulentos que sólo enmascaran la propia impotencia. Y todo es una farsa que pretende engañar una vez más a los griegos, que han vivido muchos años con la misma irresponsabilidad con que aquel pope cruzaba la plaza Sintagma. Lo digo por si alguien se toma las elecciones de Grecia como un espejo de lo que algún día pueda pasar aquí, en ese extraño país que aún llamamos España.

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