No es la primera vez que las consecuencias de unas elecciones municipales van más allá de elegir concejales para el gobierno de la ciudad. Las del 12 de abril del 1931 hicieron caer la monarquía. Las primeras democráticas del 1979 adelantaron la hegemonía de la izquierda. Las de 1995 recogieron la pulsión de cambio, tras el agónico final del periodo socialistas. Las del pasado domingo pueden haber sido la expresión de un cambio de ciclo político. Así lo ha entendido Pedro Sánchez, asumiendo personalmente los resultados y convocado elecciones. Aunque, dada la naturaleza de estas, debería sentirse más responsable en su condición de secretario general del PSOE, que como presidente del gobierno. Pero la realidad es que la derecha ha logrado imponer su marco conceptual convirtiendo, unas elecciones locales y autonómicas, en un plebiscito sobre su persona: con la invocación de derogar el sanchismo, el mapa municipal y autonómico se ha teñido de azul.

Elogiado por su audacia y su capacidad para sorprender a los adversarios, casi todos han apoyado su decisión. La derecha porque llevaba meses deslegitimándolo como okupa de la Moncloa. La izquierda estaba demasiado perpleja, tras la inesperada magnitud de la derrota, como para articular palabra. Ninguno de los muchos riesgos, e inconvenientes, de la apresurada convocatoria han persuadido a Pedro Sánchez de tomar una decisión que parece más fruto de la intuición y olfato político, que de un acto suficientemente reflexionado. Quizás debería preguntarse por las causas por las que la derecha ha conseguido convertir estas elecciones en un exitoso plebiscito antisanchista. Aconseja George Lakoff, que debemos distinguir, en el discurso de la derecha, los casos de distorsión total, mentiras, etcétera, de las situaciones en la que presentan lo que creen cierto. Tras el discurso desestabilizador y deslegitimador de la oposición había hechos y errores del gobierno sobradamente conocidos. Una vez que la derecha consiguió instalar su marco conceptual, los electores sólo aceptan los hechos que encajen en él. La gente no vota necesariamente por su propio interés, sino por lo que afecta a su identidad y sus valores. La cuestión es cuántos de esos sentimientos se han podido sentir ofendidos por los errores mencionados. Y en qué medida eso ha facilitado a la oposición recurrir a temas especialmente divisivos que, según Luis Miller, es la más eficaz herramienta para la polarización: encontrar los resortes que más dividen, para asegurar el apoyo de los tuyos y desmoralizar a los del adversario.

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