El microscopio
Una sentencia imposible
Aseguran las previsiones económicas más optimistas a que Andalucía será un agente clave en el crecimiento económico de España en 2022, que promete ser de aúpa. Es más, diversos informes vaticinan que, por su apogeo en el mercado turístico y por la diversidad y posibilidades de sus recursos naturales, la región podría convertirse en el primer motor de desarrollo en el país, lo que entrañaría una sugerente inversión de los polos ya no sólo en términos financieros, también históricos y culturales: el vetusto Sur, atrasado, pobrecito y maltrecho, arrebataría el centro de interés y de toma de decisiones al Norte industrial y civilizado. Precisamente, Andalucía se ha convertido en objeto de deseo manifiesto para las primeras firmas tecnológicas del planeta, lo que entraña una nueva industrialización que ya está transformando paisajes y expectativas (no siempre, eso sí, con los efectos urbanos más deseables: la especulación también campa aquí a sus anchas) en capitales como Málaga. También el posicionamiento (incorporemos, por una vez, el nefasto vocabulario político del momento) cultural andaluz ha ascendido unos cuantos peldaños, tal y como destacan los barómetros del ramo. De manera que aquí estamos, tras siglos de guerra, dispuestos a ponernos al frente. Por España, la Humanidad y quien haga falta.
Desde que a San Juan Evangelista le dio por identificar al Dios hebreo con el logos griego, en Occidente ha venido quedando claro que la palabra no se reserva tan sólo el poder de definir, también el de crear, construir y hacer. Es decir: si nos empeñamos en llamar a las cosas de cierta manera, esas cosas acabarán haciéndose en correspondencia con las palabras empleadas. Más fácil aún: si insistimos en vender la moto, la moto acabará vendiéndose sola. De modo que, con los informes relativos a 2022 en mano, igual basta con afirmar que Andalucía es la comunidad líder en España para que lo acabe siendo. Algo tendrá que ver, eso sí, el modo en que las regiones más prósperas del Norte, así como Madrid desde su centralismo histórico, han terminado abusando de cierto tono pintoresco, entre la libertad mal entendida, los privilegios medievales mantenidos y un gusto demasiado acentuado por el folklore, que por aquí abajo, al menos en ciertos niveles de opinión pública, parece no tener tantos adeptos. Los debates sobre el acento andaluz, por ejemplo (ay, Señor), siempre empiezan en otra parte.
Hay que creérselo, por tanto, para ser más que madrileños, vascos y catalanes, y empezar a mirar un poquito por encima del hombro. Si es que se trata de eso, claro.
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