La ciudad y los días
Carlos Colón
¿Una paideia ‘influencer’?
Bloguero de arrabal
En algún sitio Machado –o su Mairena– apuntó que la cultura, como las mareas, crece y, primero, moja los pies de las masas ignaras, después, las pantorrillas; les inunda el ombligo, les empapa el pecho y, por fin, ilumina sus cabezas, mansamente. Nuestra época es mucho más instruida que la de don Antonio. Por la calle circulan términos cultos como patógenos, retrovirus, IA, ADN, triaje, subpartículas…, que la pandemia y la divulgación científica han popularizado entre las masas. Puede que viendo el Instagram pienses que los jóvenes viven una época en la que solo hacen uso de su portentoso y recién estrenado físico y poco de su intelecto, pero si te montas en el metro, al tiempo que oyes a alguien que habla a voces de temas delicados, incluso comprometedores, y que da el nombre de su camello, o el de la persona a la que ha pedido esa mañana 20 euros para droga, escuchas, también, a jóvenes universitarios que, con un lenguaje lit, prolongan el tema que el profe acaba de dictar en clase y se lo explican al vagón. A ellos les he escuchado, pegando el oído de antropólogo diletante, la palabra ‘relato’, muy usada, igualmente, en campaña, por los contendientes políticos para referirse al argumentario de sus adversarios electorales. Se acusan los unos a los otros de querer imponer ‘su relato político’. El uso de relato con el significado actual viene del siglo XX, aunque el concepto ya estaba en Aristóteles. Resumiendo: la ‘verdad histórica’ –un desiderátum– ha sido sustituida por relatos de parte, un revoltillo de realidad y ficción, y lo que es más importante: ordenados según los intereses del narrador. Hemos pasado de Dante, que decía que la Historia era maestra de la vida, a los actuales ‘relatos históricos’, deudos de las hagiográficas crónicas medievales y de la vociferante propaganda goobbeliana. Creo, pero no estoy muy seguro, porque este ensayista aficionado, a veces, construye ‘relatos’ sesgados, que el término, procedente de la narratología, se lo debemos a ciertos profesores universitarios reconvertidos en parlamentarios. Ahora no hay político que no lo use. Como si hubieran renunciado a ser portadores de verdades contrastables y se conformaran con poner en circulación cuentos, con una pizca de verdad, salpimentando el revoltijo partidario que sirven al público.
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