Tomates y calabazas

Lourdes Chaparro

lchaparro@eldiadecordoba.com

Seba

Esto del confinamiento nos está sirviendo para conocer al vecino con el que apenas habíamos conversado

Seba es mi vecina. Tiene 82 años, está viuda y vive sola. Nuestros primeros encuentros no fueron demasiados elegantes, básicamente porque no escucha muy bien y el sonido de su televisor alcanzaba demasiados metros a la redonda en esas noches de verano en las que hay que abrir las ventanas en un intento de que el calor sea un mal sueño. Por eso, le pedía que bajara el volumen a altas horas de la madrugada y una vez le llegué a decir que le compraba unos cascos.

Poco a poco nos hemos ido conociendo, la televisión sigue alta, pero ya no se lo digo, y con esto del confinamiento hemos entablado una grata relación, tanto que no son pocos los días que me llama y me dice: "No hagas de comer hoy que voy a preparar un puchero, o una ensaladilla rusa y, en el caso de las torrijas, pues sin azúcar para tí". También me pregunta cuándo me toca bajar la basura, para que recoja su bolsa, que me deja en la puerta de su casa, o que le compre el pan, si puede ser, en el Horno de la Cruz, para lo que me deja el dinero en un pequeño sobre cerrado, que le devuelvo religiosamente con la vuelta si es que sobra algo.

Me ha contado también que en todos los domicilios en los que ha vivido -ha sido vecina del Campo de la Verdad y luego ha tenido casas, según me ha relatado en Ciudad Jardín y en la calle Cruz Conde, hasta llegar a Barqueros- que siempre ha hecho "amistades con los vecinos" y se ríe cuando dice con toda la sorna del mundo que su próxima casa será "en el cementerio". Espero que sea dentro de muchos años, por cierto. Este confinamiento se le está haciendo pesado, pero no falta a su cita cada tarde a eso de las ocho de la tarde para aplaudir y acabar diciendo a todo el vecindario: "Hasta mañana".

El ejemplo de Seba es como el de nuestros padres, el de nuestros mayores que estos días viven también confinados y con la sensación de que están envejeciendo a pasos agigantados por culpa del coronavirus y con la tremenda pena de no poder abrazar a los suyos cada día, y que se intenta paliar por parte del otro con las videollamadas a la hora que haga falta.

Si algo se puede aprender también estos días de confinamiento en casa es que nos están sirviendo para conocer al que vive justo al lado y con el que apenas has podido cruzar un hola o un adiós en una incómoda conversación en el ascensor. Por eso, un aplauso para ellos hoy y también para mañana, que seguirá siendo sábado.

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