Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
LOS especialistas en ciencias bíblicas afirman que cuando los primeros cristianos compusieron los textos de la pasión de Jesús, tuvieron delante al libro de Isaías donde se nos habla de los sufrimientos y de la muerte del Siervo de Yahvé. Vieron en aquellos antiguos textos un anticipo de la injusta e ignominiosa pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Así los vio también la Iglesia desde el siglo IV, por eso el Viernes Santo en la celebración de la muerte de Jesús se lee, como primera lectura, el texto, verdaderamente escalofriante y sugestivo de Isaías 52 donde se nos relatan las angustias del Siervo de Dios. En este texto se nos dice: "Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron… Lo arrancaron de la tierra de los vivos". Y es que entonces, como ahora, los derechos humanos no eran respetados. Pienso que celebrar la Semana Santa para un cristiano y para un cofrade nos tiene que llevar a la lucha por la defensa de los derechos humanos y los derechos de la madre Tierra.
La Semana Santa debe ser para todos un tiempo de discernimiento. Estamos llamados a discernir de parte de quién estamos. Cómo queremos estar en el mundo y con qué claves fundamentales. Nos tenemos que plantear en serio si queremos ser de Jesús y abrazarnos a su causa en la lucha por la defensa de los derechos de los débiles. Sabemos que lo que llevó a Jesús a la muerte fue su modo de vida en favor de los últimos desde las periferias geográficas y existenciales como nos recuerda el papa Francisco. No podemos ser como Pilatos que representa a muchas "personas buenas" a las que les falta el coraje para apostar decididamente por la persona y la causa de Jesús y se mantienen en una cómoda neutralidad. El que se destaca por ser neutral en una sociedad en crisis y con tantos conflictos como la nuestra, con una "economía que mata y produce muertes" (Francisco), acaba inevitablemente por servir al mundo y al sistema neoliberal que nos domina, y no al Proyecto de Dios manifestado en el Evangelio de Jesús.
Precisamente hace un mes se celebró el 20 aniversario de la muerte del cura sevillano Diamantino García, el cura de los pobres y el fundador de la Asociación de Derechos Humanos de Andalucía. Con este motivo se organizó un encuentro en la Universidad de Osuna donde intervinieron el profesor emérito de la Universidad de Sevilla, Isidoro Moreno (Pobreza, riqueza, desigualdades y el avance necesario en alternativas post capitalistas), el profesor David Badía, catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Barcelona y director del Instituto de Derechos humanos de Cataluña (La criminalización de la protesta social y la solidaridad). Por la tarde se celebró una mesa redonda en la que intervinieron José Palazón, presidente de Prodein de Melilla (La represión de los inmigrantes en la valla de Melilla y las devoluciones en caliente), Carlos Arce del Área de Inmigración de Sevilla y Maribel Mora, coordinadora del Área de Cárceles de Derechos Humanos (La cárcel como aniquilamiento del ser humano y depósito de pobres).
Les transmito algunas de las ideas más sobresalientes de la conferencia del profesor catalán David Badía: El que no defiende los derechos humanos y sociales, los pierde. No podemos ser neutrales, es preciso que nos situemos del lado de las víctimas. No se debe hablar de inmigración ilegal sino de inmigración irregular, pues el ser inmigrante no es un delito. No podemos olvidar que la democracia no consiste en votar cada 4 años, sino que va unida intrínsecamente a la defensa de los derechos humanos y sociales que tanto esfuerzo ha costado establecer. Un país que no los defiende no es democrático. No podemos defender leyes que recortan el poder judicial. Hemos de buscar siempre la vía judicial donde existe siempre la presunción de inocencia. En la vía administrativa se sanciona y nunca se admite la mencionada presunción. Ha llegado el momento de que si tú quieres recurrir una sanción administrativa te pueden salir más caras las tasas judiciales que el importe de la sanción. El papel del Estado nunca debe ser el dificultar la defensa de los derechos humanos y sociales. El Estado no los otorga, pero tiene el deber de defenderlos y de garantizarlos. Hay que refundir el Estado, pues ha llegado el momento en que en muchos aspectos el Estado viola los derechos y suprime o restringe derechos sociales justamente conseguidos. E incluso muchas veces se calla ante fragrantes violaciones. La neutralidad le hace cómplice de muchas injusticias. Los derechos humanos y sociales (educación, sanidad, trabajo, vivienda, etc.) no son unos privilegios que hay que mantener sino un bien que el Estado ha de defender por encima de todo.
La nueva Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana prevé la introducción de 21 nuevos delitos y sanciones para acciones vinculadas con la protesta social y para reprimir las libertades democráticas y los derechos humanos. No podemos admitir la mencionada Ley Orgánica. Las procesiones que Dios más quiere son las que pasan por las avenidas del alma. No busca el Señor y la Virgen nuestros aplausos y nuestras flores, sino nuestro servicio a los más débiles, nuestras lágrimas ante la globalización de la indiferencia (Francisco) y ante tantos derechos como son negados a tantos hermanos. Prefiere, sin duda alguna, nuestros compromisos resucitadores en favor de un mundo nuevo y una sociedad nueva.
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