Veo el Telediario y un reportaje aborda el problema de las fiestas ilegales en Málaga. Bajo la invocación de la juerga, gente dispuesta a pasarlo bien a toda costa apura hasta el último minuto el consumo de alcohol en la calle y una vez aplicado el toque de queda continúa la juerga de puertas adentro, en reuniones donde se juntan muchos más de seis sin mascarillas y en plena confraternización etílica. Salen vecinos del Centro y de Teatinos que afirman estar hartos. Hartos del ruido, hartos de limpiar la mierda de sus portales a la mañana siguiente, hartos de llamar a la Policía y que no sirva para nada. Aparece un agente de la Policía Nacional que aclara que, una vez que se avisa a los inquilinos de un domicilio, no se puede hacer nada: no se puede tirar la puerta abajo ni corresponde buscar a un juez a las tantas de la madrugada para que emita la orden correspondiente. Lo único que pueden hacer, dice, casi con media sonrisa esbozada tras la mascarilla, es hacer guardia y esperar a que los mendrugos salgan al aire libre como murciélagos al caer la noche. Veo todo esto y pienso que para llegar a semejante panorama no nos hacía falta una pandemia ni nada parecido: estamos más o menos donde estábamos, sólo que los que trabajamos al día siguiente hemos asumido las restricciones y a quienes están aquí para pasarlo en grande todo les importa más o menos el mismo pimiento de siempre. El Telediario da todas las claves: a partir de las once de cada noche, las fiestas ilegales se montan en apartamentos turísticos, acaso el único lugar posible con los bares cerrados. Y entonces, la paradoja por la que uno lleva desde Navidad sin poder ir a ver a la familia a Almería mientras cada fin de semana desembarcan aquí italianos y franceses dispuestos a coger la más gorda escuece, si puede ser, un poquito más. Piensa uno en el flaco favor que el reportajito de marras hace a la imagen de Málaga mientras el pobre Francisco de la Torre se empeña en lanzar cada día mensajes en Twitter para recordarnos que debemos ser buenos chicos, respetar las medidas sanitarias, evitar a toda costa los contagios y, ya que estamos, hacer de Málaga un lugar más atractivo para los turistas. Pero no, vaya, resulta que los turistas ya están aquí. E insisten en hacer lo mismo de siempre. Son así, obstinados. Alguien les contó que esto es una Feria todo el rato y vienen con la lección aprendida. Vaya que sí.

A lo mejor ahora que el resto de pasatiempos metidos en el saco de eso que llaman turismo cultural vive sus particulares horas bajas podemos recordar, a la luz de tales evidencias, que la mayor parte del turismo que Málaga convoca hoy día es una masa ciega, apestosa y maleducada, arrimada únicamente al calor del desmadre. Un turismo que tan sólo causa problemas, que no genera más que suciedad y pobreza, un verdadero asco al que no quieren en ninguna parte y que aquí se considera bienvenido, del que ni la hostelería ni nadie con dos dedos de frente puede sacar beneficio alguno. Es muy triste admitir que cuando el alcalde consideraba lógica la asunción de restricciones con tal de ofrecer más garantías a los visitantes se estaba refiriendo, también, a esta gentuza. Si alguien cree que la solución para atraer turismo de calidad pasa por llenarlo todo de hoteles de cinco estrellas es que no ha entendido nada. Esta batalla está perdida sin remedio y muchos malagueños están cansados. Ni al alcalde ni a nadie se le ocurrirá jamás señalar un perfil de turista como indeseable. Qué va. Hay para todos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios