La tribuna

Francisco Díaz Bretones

¿Sólo es responsable Andreas Lubitz?

LA gran pregunta que genera el caso del copiloto Andreas Lubitz no sólo está en por qué se suicidó, sino por qué lo hizo con todos los pasajeros del avión. Los nuevos datos apuntan a que Lubitz, además de los trastornos de depresión, sufría de una profunda ansiedad por el hecho de perder su licencia a volar y la imposibilidad de llegar a ser comandante de aeronave en el futuro. Esto podría, posiblemente, explicar el porqué Lubitz ocultó su baja médica por depresión a la empresa o el porqué el joven visitó distintos médicos y psicólogos con el fin de conseguir una segunda opinión facultativa.

Con toda seguridad, el caso de Lubitz nos suene como algo lejano a nuestra realidad personal y profesional. Pero si centrásemos nuestro foco de atención en hechos que posiblemente obsesionaban al joven copiloto (miedo a perder el trabajo, inseguridad laboral, imposibilidad de continuar su carrera profesional) podremos entender (que no justificar) un poco más su comportamiento. No quiero decir con ello que todos somos potenciales asesinos, pero sí que las condiciones actuales de trabajo y organizativas están afectando a nuestra salud mental y por ende a cometer determinadas locuras, pudiendo especularse por parte la ampliación de la responsabilidad más allá del autor material.

Pero este último accidente aéreo sería un ejemplo más de la incidencia e importancia de estos riesgos psicosociales en el trabajo. En cualquier caso, todavía podemos tener en nuestra memoria (y en las hemerotecas) otros casos similares tales como los suicidios en la empresa France Télécom, o en la taiwanesa Foxxcon (subsidiaria del gigante Apple), o las agresiones y asesinato en la Clínica de La Concepción en Madrid por parte de una médico residente. En todos ellos, podremos observar la influencia de aspectos organizativos sobre la salud mental de los trabajadores. ¿Será el último? Por desgracia, y con toda probabilidad, no, y tendremos que enfrentarnos en el futuro a nuevos casos de trabajadores con graves problemas psicológicos en sus puestos de trabajo y de matanzas colectivas fruto de ese odio hacia la organización y el sistema productivo.

Todos estos casos citados son productos de nuevos escenarios globales, nuevos sistemas de organización, nuevas tecnologías y, sobre todo, de las nuevas relaciones económicas competitivas y laborales en el que las organizaciones están obligadas a moverse, y donde los trabajadores que las integramos estamos sufriendo a través de nuevos riesgos laborales.

Todos estos cambios requieren una gran capacidad de adaptación cognitiva y emocional de los trabajadores actuales. Ahora, la inseguridad laboral y la precariedad de los contratos, la elevada intensificación del trabajo, la competitividad y la tecnificación del puesto de trabajo se han convertido en los nuevos riesgos psicosociales.

Si pensamos, por ejemplo, en el caso de la inseguridad laboral (como quizás le ocurrió a Lubitz) en las últimas décadas hemos pasado de modelos de relaciones laborales basados en la formalidad y la estabilidad laboral a otra basada en la impredecibilidad, los cuales llevan al trabajador a una sensación de pérdida de control y previsión, generándole altos niveles de estrés y angustia. Esto no sólo afectará a los trabajadores que han perdido su empleo sino, y sobre todo, a los que lo tienen en la actualidad y viven constantemente en el miedo de perderlo, generando graves problemas psicológicos no sólo individuales, sino también en el entorno familiar y social del trabajador.

Por ello, empresas, gobiernos y agentes sociales deberán promover organizaciones saludables como un espacio en donde se desarrollen prácticas encaminadas no sólo a la prevención de riesgos (físicos o psicológicos) sino una saludable gestión del trabajo. Pero para ello debemos partir primero, y ante todo, de una concienciación del problema por parte de todos (sociedad), apartándolo de la estigmatización y desarrollando herramientas preventivas (no sólo evaluativas). Deberíamos estudiar en profundidad la amplitud y profundidad de este problema, sin ningún tipo de miedo a los resultados. Posiblemente, nos estamos enfrentando a un grave problema de salud pública, en este caso no provocado por ningún fenómeno o ser vivo de origen natural, sino por el propio sistema económico y social que hemos construido y desarrollado.

Ahora, y como novedad, esta nueva pandemia no podrá solventarse mediante medicamentos elaborados desde el sistema productivo y económico y del cual obtendrán algunas empresas beneficios económicos sino, y en esta ocasión todo lo contrario, cambiando algunas de las reglas del juego en las que se basa este mismo sistema.

El reto es complicado y difícil. Pero no podemos responsabilizarlo exclusivamente a la enajenación mental de una persona. Nos están llegando diversas alertas, esperemos poder escucharlas y desarrollar políticas y estrategias que nos ayuden a prevenir nuevas tragedias como la ocurrido en los Alpes.

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