No le den más vueltas, el gran error estratégico de Soraya Sáenz de Santamaría fue la foto de la pizza. Ella quería dar la imagen de un equipo de trabajo dinámico y moderno, que no pierde el tiempo en viandas y caldos. Austeridad jansenista, actividad estajanovista y gastronomía de pura supervivencia. Pero el efecto de esa mesa sin la cortesía del mantel y el desorden de unas cajas que aún albergaban porciones del vil condumio fue muy diferente y remitía, más bien, a una comida de veinteañeros en un apartamento turístico. Así no come un líder de la derecha española. Frente a tan desagradable estampa, los siete ex ministros antisorayistas que se reunieron en el restaurante vasco Jai-Alai (a veces el euskera recuerda agradablemente al árabe) sí encontraron el tono justo: maderas nobles, carnes del gusto cristiano viejo, vinos de garnacha y tempranillo, y camareros que saben guardar las distancias.
La llegada de Pablo Casado al trono popular con un claro mensaje de vuelta a las esencias de la derecha no debe sorprender a nadie por dos motivos. El primero es porque responde a un axioma actual de la política global: cada vez que se abre una urna ganan las opciones antiaparato, y Soraya (con razón o sin ella) representaba al establishment del marianismo. El segundo motivo tiene que ver con lo que podríamos llamar la estrategia de la tortuga: el repliegue sobre uno mismo, la vuelta a las fuentes primordiales en unos momentos en los que la intemperie es más amenazante que nunca, empezando por la percepción de que los órdenes europeo y mundial están a punto de saltar por los aires. Pablo Casado, Pedro Sánchez, Trump o Putin, pese a sus evidentes diferencias, tienen en común que han sabido vender hábilmente la idea de que ellos encarnan dos conceptos aparentemente contradictorios: la ruptura y la tradición.
Un mesón español representa la seguridad de las viejas ideas e instituciones; unas porciones frías de pizza sobre una mesa desnuda de oficina, sin embargo, nos remite a un mundo hostil, sin principios ni consuelo. Pablo Casado promete una vuelta a los principios más queridos de la derecha española: patria, familia e impuestos bajos. Con el tiempo, si llega algún día a gobernar, veremos en qué quedan estas palabras. Probablemente serán jibarizadas por la realidad, siempre empeñada en su complejidad y pluralidad. Pero eso no tocaba ahora, sino ganar unas primarias ante 3.082 compromisarios del macizo de la raza. Cada momento tiene su discurso.
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