El mundo de ayer
Rafael Castaño
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Sine die
Leyendo las noticias de la prensa escrita, hace tiempo que no soy capaz de soportar un telediario, asisto a la vuelta a Kabul de los talibanes y a la vergonzosa retirada de las tropas internacionales, supuestamente allí presentes por motivos humanitarios. Según parece, por la forma en la que está ocurriendo el abandono, los derechos humanos y su defensa tienen fecha de caducidad y, tan pronto como dejan de ser rentables, pasan a un segundo plano. Las mentes bienintencionadas y crédulas deben tomar conciencia de su ingenuidad, al ser testigos de cómo la solidaridad, en tanto deja de ser productiva, da paso a la omnipresente propaganda.
No faltan amigos que manden algún wasap, generalmente catastrofista, en el que se asegura que estamos ante un nuevo orden mundial liderado nada más y nada menos que por China, Rusia y los países musulmanes. Estados Unidos, como ha ocurrido a lo largo de la historia, pasaría de ser la gran potencia mundial, el gendarme del planeta, a un país sometido a este tripartito que amenaza a Occidente de idéntica forma a como asustaban a los niños a mediados del pasado siglo con los comunistas rusos, esos seres maléficos tan inhumanos que incluso tenían rabo y cuernos, como expresión del mismísimo Satanás.
No digo que la cosa no pinte mal ni que al final se acabe cumpliendo esta predicción impregnada de catastrofismo, pero las previsiones derrotistas y milenarias han fracasado más veces de las que han acertado. Lo que sí es cierto es que los tiempos cambian y que las cosas se ven venir. El declive de la cultura occidental es patente desde hace décadas. Los valores que la sostenían, y a duras penas la sostienen, van desapareciendo, en tanto la vulgaridad, la necedad y la ignorancia están ocupando su lugar. Ante estas perspectivas no es aventurado pronosticar un determinado final como lo vieron venir mentes tan preclaras como las de Stefan Zweig y Sándor Márai, dos escritores que supieron describir en sus obras el fin de una época de esplendor en la que nacieron y crecieron, prediciendo un desastre, como así ocurrió. Y ya se sabe cómo acabaron sus vidas. Occidente parece empeñarse en llegar a ese mismo final en forma de suicidio colectivo al orillar el pensamiento y la dignidad humana en favor del hedonismo, la mediocridad y el pragmatismo materialista. Nuestro mundo parece ser ya el de un ayer con fecha de caducidad.
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