Los filósofos fueron los primeros influencers. Se reunían en el ágora, con sus túnicas y ganas de entender el mundo. No había followers, pero sí curiosos. No había Instagram, pero sí escribas que se apresuraron a recoger pensamientos que cambiaron la historia. Alma, moralidad, política, religión… Sus profundas conversaciones marcaron nuestra historia. Y, cómo no, intercambiaban ideas sobre manifestaciones artísticas. Y me pregunto si alguna vez los presocráticos, epicúreos o escépticos dedicaban sus horas a hablar del Sutil Arte de Mojar Pan.

Me gustaría saber si surgió al menos una vez el tema. Si Aristóteles defendía que antes de probar la comida, el gesto correcto de un buen comensal debe ser el de mojar pan en la salsa para catarla y entonces decidir si el resto del plato estaría a la altura. Si Platón prefería engullirlo todo y dejar para el final la salsa, y ahí comenzar el aluvión de sopones para dejar la superficie pulida. Quizá Parménides argumentara que un buen mojador de pan le quitaba la corteza y Heráclito, por su parte, estimara que la parte dura es necesaria para paladear el contraste de la miga absoluta empapada en el caldo de turno.

Puede que a los escribas que rellenaban los papiros que luego nos hicieron llegar esos pensamientos de la época no les interesasen esos debates, por eso los libros de la historia no elevan el Sutil Arte de Mojar Pan a la categoría de la música, la literatura o el teatro. O puede que dichos encargados de recoger la historia se hartaran de oír debates eternos sobre cosmología y metafísica y se fueran a una taberna en la que hundir todo el pan posible hasta absorber la última gota de salsa.

Y no es un tema fútil ni trivial ni mucho menos, que hasta la Biblia recoge cómo Jesús descubrió la traición de Judas tras haber mojado en su plato. De hecho, que sopeen en tu plato me parece un motivo mucho más sólido para enarbolar una guerra que las creencias religiosas. Porque esa es otra: qué bonita es la mesa en la que todos mojan pan, y qué horror que alguien invada el territorio sagrado de tu pan y plato sin permiso ni vergüenza. Allanamiento de mojada; por favor, añádanlo al Código Penal y tipifiquen un ejemplar castigo para los que lesionen el bendito derecho individual de mojar en tu plato.

Podrían escribirse manuales sobre el Sutil Arte de Mojar Pan. Sobre si es necesario el decoro de trinchar el pan con el tenedor para no ofender a los comensales. Acerca de qué tipo de pan empapa mejor. Libros históricos de las primeras civilizaciones mojadoras. Viejos facsímiles debatiendo en nombre de qué dios se disfrutaron en la mesa los primeros sopones de pan. Hasta me pregunto si el "dar cera, pulir cera" del señor Miyagi no estaba inspirado en milenarios maestros de Okinawa que aplicaban ese movimiento de muñeca en la mesa.

Seguiría debatiendo sobre el tema, incluso me atrevería a formular seriamente un tratado sobre el Sutil Arte de Mojar Pan. Pero son las 12:47 y tengo en la cocina una hogaza de trigo esperando que otras artes, las de las cacerolas danzando y los productos del mar cantando, hagan su delicioso espectáculo para que todo esté dispuesto sobre la mesa y poder celebrar este artículo con una clase práctica.

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